Figurí del personatge «Don Luis Mejía», de Fabià Puigserver (1972). (Centre de documentació i de les Arts Escèniques)
17_DON LUÍS MEJÍA, EMPLEADO DE HACIENDA
(Vicente García Valero: Crónicas retrospectivas del teatro por un viejo cómico. Librería Gutenberg de José Ruiz. Madrid, 1910. pàgs. 16-21)

Yo inocente en paz vivía con mi destino de aspirante de primera clase á oficial, en la Administración económica de la provincia de Valencia; mis aficiones al arte escénico me llevaron á representar comedias y zarzuelas en los escenarios de los Liceos, de las Sociedades y de los teatros públicos cuando se organizaban funciones de beneficio.

Yo era popular en Valencia, por lo bien que interpretaba, decían, las obras en un acto de Puente y Brañas, muy en boga por el año 1875, con música de los maestros Rogel y Cereceda, tituladas Pascual Bailón, Dos truchas en seco, El último figurín, El matrimonio, Tocar el violón, y otras.

Actuaba en el teatro de la Princesa, de Valencia, la compañía de zarzuela de Teresa Rivas, y llegada la época de poner en escena el drama más popular de Zorrilla me comprometieron para desempeñar la parte de Mejía, previa precaución, por mi carácter de funcionario público, de sustituir mi nombre en el cartel con un seudónimo.

Llegado el día de Todos los Santos, apareció el anuncio del teatro con el Don Juan Tenorio por la tarde y también por la noche. En la nota final del cartel se daba aviso de que al siguiente día, con motivo de ser las Ánimas, se darían la tercera y cuarta representaciones del citado drama religioso.

Cien pesetas me proporcionaba mi ajuste como galán joven para las cuatro funciones, ó sean veinticinco por cada estocada que iba á recibir. ¡Muy poco inferior era esta cantidad, de veinte duros, á la que devengaba en la oficina por un mes de trabajos cotidianos!

El Jefe económico, D. José Dabán y Tudó, cursó una orden, la víspera de mi compromiso teatral, para que al siguiente día, aun siendo festivo, asistieran á las oficinas los empleados, y se dedicasen á trabajos extraordinarios que él dispondría.

Jefes de negociado, oficiales, aspirantes y escribientes firmaron el enterado.

Todos asistimos con puntualidad á la Administración á las nueve horas del día señalado. Á la una de la tarde no había acudido el jefe; la función empezaba á las tres; yo, como puesto en brasas y sin conseguir que ninguno de mis superiores me autorizara para ausentarme, resolví ir a casa de don José y contarle la mayor mentira que pudiera ocurrírseme. Una criada me hizo pasar á una habitación para que esperase; el señorito se hallaba en conferencia con unos diputados provinciales; á poco entró una niña, se dirigió al piano y comenzó á estudiar el miserere de El Trovador; yo tocaba por aquel entonces ese trozo popular y sentido de la obra de Verdi.

La precoz pianista dudaba; previo su permiso, me senté en el taburete, y haciéndolo menos mal que ella, vi que me escuchaba con muestras de admiración, como reconociendo mi superioridad. ¡Pobre criatura! ¡Y más pobre si hoy me oyera tocar!

Á poco se abrió estrepitosamente una puerta, y apareció D. José (este señor tenía muy malas pulgas; conste que no hago alusión á Valencia, donde hay muchas).

– ¿Quién es usted?

– Soy un subordinado de Vuecencia; tengo á mi madre enferma en el pueblo de Burjassot; aprovecho los días de fiesta para verla, y por esto venía á suplicar permiso.

– ¿No ha firmado usted el enterado en mi orden de ayer?

– Sí, señor.

– Á ustedes, los de la Intervención, les tengo muchas ganas. ¡Los asuntos que afectan al servicio...en la oficina! ¡Retírese usted!

Se volvió con sus diputados; la señora del Jefe, que había acudido, quizá por oir al piano los adelantos de la niña, me acompañó hasta la puerta de la escalera y me dijo:

– Está muy molesto con los empleados; dice que va á pedir la cesantía de muchos.

Me retiré convencido de la imposibilidad de que Tenorio me matara aquella tarde y sí la posibilidad de que D. José me matara de un disgusto.

¿Cómo solucionar el compromiso contraído con la Empresa Rivas? ¡San Ginés, comediante, lo podía con un milagro!

Ya en la oficina, uno de los oficiales (D. Carlos Regino Soler, hoy superior jerárquico de la Hacienda española), me dijo:

– Vete á ver á tu madre; yo haré cuanto pueda porque no se note tu falta; però si hay responsabilidades, corren de tu cuenta.

La representación de la tarde pasó para don Luis Mejía sin más particular que morir como bueno.

Por la noche ya fué otra cosa; momentos antes de empezar se me ocurrió mirar por el agujero de la cortina y, ¡¡oh estupefacción!!, en la primera fila ocupaban tres butacas el Jefe económico, su señora y la niña de El Trovador.

– Á ver, segundo apunte, no empieces; un momento. ¡¡Peluquerooo!!, ¡¡peluquerooo!!, pégame una barba que me desfigure, que sea muy tupida.

¡Aquí de los apuros del empleado en Hacienda, esquivando el mirar de frente al público de butacas!

En el cuarto acto quedé persuadido de que la niña me señalaba como diciendo á sus papaítos: «Es él; él es, el del miserere.» Por fin terminó mi martirio, feneciendo cara á cara, y me fuí á casa pensando en que al día siguiente fenecería por correo.

El portero mayor: 

– Señor Valero: el Jefe, que vaya usted á su despacho.

– ¿Qué tiene que mandarme Vuecencia?

– Apéeme el tratamiento. Por el correo de hoy pediré á la Intervención general su cesantía; así podrá dedicarse de lleno al teatro, sin poner en mal estado la buena salud de su señora madre de usted.

– ¿Tiene algo más que ordenarme?

– Nada.

– ¿Me permite mi jefe que le dirija una pregunta?

– Diga.

– ¿Qué concepto le he merecido como actor?

– Excelente; tiene usted un porvenir más claro que en la Hacienda.

– Usted me favorece. ¿Tiene el señor Jefe conocimiento con alguno de los artistas de valía en Madrid?

– Soy íntimo de Manuel Catalina.

– Me atrevo á hacer á usted una súplica: puesto que es cosa resuelta mi cesantía, le agradeceré escriba al Sr. Catalina para que me contrate en el teatro Español.

– Bueno. Retírese usted.

Volví á mi escritorio con el alma en un hilo, despidiéndome con ojos llorosos «del libro de cargo, de las carpetas, del balduque y de las dos iniciales de mis apellidos labradas por mi mano sobre el pupitre con ayuda del raspador».

Maquinalmente me iba comiendo las obleas encarnadas, cortadas á grandes cuadros, y cuando me apercibí noté que con esto no hacía más que aumentar el mal sabor de boca. ¡No estaba yo para obleas!

Así que hubo salido el correo vi al Secretario y supe que no pedían mi cesantía. Al Jefe le habían hecho gracia mis súplicas; pero deseaba no volviese yo á salir entre cómicos, pues tenía mucho miedo á que la Prensa de oposición le echara en cara responsabilidades por consentir empleados que abandonaban la pluma de la oficina para lucir la otra pluma, la del capacete que completa el traje de trusa.

19/06/2020

POST SCRIPTUM

Si voleu pouar una mica més en la vida anecdòtica de l’actor i autor teatral Vicent Garcia Valero, cliqueu l’enllaç que ve a continuació. No us penedireu.
El rastro perdido de la historia de amor más triste de València

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