Cada vez tengo más claro que los actores y las actrices somos
lectores
de almas. Observemos la vida, la digerimos, la recibimos, la analizamos, y la vivimos de forma diferente a alguien que vive la vida sin detenerse a tomar
conciencia. Como actriz veterana, y quizás como discutible deformación profesional después de tantos años en este oficio, interpreto lo que veo desde otros ojos. A nivel de
memoria, a lo largo de los años, desarrollas una capacidad extraordinaria para memorizar
palabras y situaciones
que has vivido, siendo capaz de recordar
detalles, tonos, intenciones, palabras, gestos, acciones y miradas. Como si rebobinaras una película. Cosa que puede sorprender a quienes conviven con nosotros, porque somos capaces de recordar con pelos y señales qué y cómo ha ocurrido algo. Y permitidme tener sentido del humor: esto nos hace ser, por ejemplo, unos elocuentes y fuertes adversarios en
la
oratoria
de una discusión. Porque entrenamos constantemente la observación de todo lo que pasa "en escena" y nuestro trabajo en los ensayos consiste en desestimar las cosas inservibles, y en
recordar
las cosas buenas que han pasado en un ensayo, para ser capaz de
reproducirlas
posteriormente .
El gran reto que se nos plantea entonces es cómo repetir aquel buen momento que se produjo en escena, sin intentar "ilustrarlo", sino "revivirlo" de forma espontánea y ser capaces de repetirlo con la misma frescura día tras día, una vez empiezan las funciones. Aquel "volver a vivir", y no aquel "mostrar", "ilustrar" o "hacer ver". Como digo siempre:
en escena no hagas ver, sino haz.
Actuar es siempre hacer (la palabra "drama" proviene del griego y significa "yo hago").
Y la única manera, en cuanto a técnica de interpretación, es buscar qué
estímulos
provocaron aquellas buenas reacciones que llevaron a actuar una buena escena.
Los estímulos se encuentran sin duda en la capacidad de conectar con varios factores:
1.
los antecedentes
que nos sitúan en un determinado estado de ánimo; ese saber de dónde vengo que me condiciona cómo encaro el momento presente.
2.
la situación escénica
(lo que Stanislavsky llamaba "given circumstances"): dónde estoy, qué me rodea, relación con los objetos, con el espacio escénico y ficticio, porque estoy aquí...
3. los estímulos internos provocados por
las imágenes
(importantísimo concepto que merece un artículo aparte, y del que hablan varios teóricos de la interpretación como Stella Adler).
4.
mis objetivos; qué quiero, qué deseo... qué hago para conseguirlo, qué obstáculos o conflictos encuentro, y qué estrategias utilizo para resolverlo...
5. la conexión con el
partner
(mi trabajo, en un 50%, lo hago alimentándome de lo que me da mi compañero/a = acción-reacción)
6. y la acumulación de todo esto me lleva, como último estadio , hasta el acceso a
la emoción.
La emoción es el último "step". No podemos pretender acceder a las emociones directamente, sin pasar por lo que las ha provocado. Porque entonces estaríamos inequívocamente "haciendo ver" que sentimos, en lugar de
"sentir de verdad". Esto es lo que diferencia a un buen actor que "vive la escena" jugando su rol, de un actor que "mecaniza o ilustra". Como dicen muchos teóricos de la interpretación (cada uno a su manera o con diferentes palabras pero todos vienen a decir lo mismo): no podemos controlar las emociones pero en cambio sí podemos controlar las acciones físicas y psicológicas que nos han llevado a ellas .
Es como en la vida. En
la vida real
nuestras acciones están permanentemente conectadas al entorno, a los estímulos externos y los internos. Reaccionamos de forma natural en ellos, desde las acciones más absurdas, como entrar en una cafetería para que nos apetece un café. O nos cambia el estado de ánimo si recibimos un mensaje negativo de nuestra pareja, o si nos dicen una palabra fea fuera de tono, o si por el contrario vemos una hermosa puesta de sol u olemos una flor, que nos hace sonreír.
Obedecemos a nuestros impulsos
producto de nuestras necesidades más básicas y fundamentales. Estamos condicionados por nuestro pasado, y por nuestros deseos; los simples y los más complejos. Y esta es una de las cosas que intento inculcar a mis alumnos: ¿por qué si en la vida lo haces constantemente de forma natural, no eres capaz de comportarte igual en escena? Compórtate en escena como lo haces en la vida: reaccionando a los estímulos. Actuar es acción y reacción. Y no olvides que esto es un juego: to play, jouer...
Los actores y las actrices deberíamos, físicamente, ser como gatos
(físicamente con un instrumento libre de tensiones o tics, y receptivo, abierto y disponible) que están siempre alerta de lo que los rodea y tienen extremadamente desarrolladas las capacidades de reacción al entorno, siempre dispuestos a conseguir lo que quieren, con una conciencia total del espacio, del cuerpo y de sus necesidades. Nosotros, además, con profundidad de pensamiento y sentimiento: con una conciencia total de la vida.
Nuestro arte como actores y actrices nos hace ser extremadamente sensibles a las palabras. Y yo, para más inri, soy además escritora... ¡madre de Dios!, algo que me hace ser especialmente vulnerable a las palabras. Pero, al mismo tiempo, la vulnerabilidad siempre ha sido para mí un síntoma precisamente de fortaleza, aunque parezca una contradicción. La apertura a las palabras y a la vida... nos hace ser también más fuertes. Entrenamos la absoluta conciencia del
poder de las palabras, para hacer un buen uso.
Las palabras han sido, son y serán siempre un vehículo de transmisión y transformación. Son un
sortilegio poderoso
y mágico.
Actuar es
interpretar la vida, intentar entender los comportamientos de los seres humanos, dilucidar el porqué de la existencia, traducir pensamientos, y transmitir emociones.
Actuar es leer la
partitura de las palabras y la partitura de los sentimientos.
Actuar es la filosofía hecha carne, respiración, y vida.
ÀNGELS BASSAS
18 de diciembre del 2019 R