Eolia
Eolia es la isla flotante -defendida con un muro de bronce indestructible- a la que llega Ulises durante el periplo de diez años que narra la Odisea. Allí, como tiempo después explica el mismo Ulises a Alcínoo, rey de los feacios, se encuentra con Eolo y sus hijos que lo acogen y alojan, con sus compañeros de aventuras, durante todo un mes. Eolo quiere conocer las noticias de la guerra de Troya, y quiere indagar sobre el regreso de los héroes... y Ulises, que por cierto es un excelente narrador, no deja de responder a ninguna pregunta. Finalmente, y deseando continuar su viaje, Ulises ruega a Eolo que los deje marchar de regreso a la patria. Como presente de partida Eolo despelleja un gran toro de nueve años, fabrica con la piel un odre, mete dentro todos los vientos, cierra el odre con un hilo de plata y, después, vuelve a atarlo fuerte en la barca que los deberá llevar a Ítaca y se asegura de que sólo quede fuera un solo viento, el céfiro, que sopla en la dirección correcta para empujar los barcos de Ulises hacia el destino deseado.
Eolia, la isla de los vientos, es el nombre que recibió hace veinte años una pequeñísima escuela de teatro musical. Hacer música con la propia voz es tener la misma capacidad de Eolo de dominar los vientos. El viaje que la escuela Eolia ha hecho hasta aquí es aún más largo que el tiempo que narra la Odisea de Homero y, seguramente, las dificultades hasta convertirse en la escuela que ahora es, con cientos de alumnos y decenas de maestros, con un amplio abanico de especialidades reunidas a la Escuela Libre y la Escuela Superior, con el desarrollo final de los Departamentos de Interpretación, Dramaturgia y Dirección, no han sido menores.
Lo que es cierto es que, en la Odisea, el viaje de regreso desde Eolia a Ítaca se frustra por culpa de la curiosidad y la ambición de los compañeros de Ulises. Sospechando que esconde grandes tesoros, deciden abrir el odre lleno de vientos. Y, en el mismo instante que los vientos escapan, comienzan a soplar, violentos, en todas direcciones y alejan las naves de Ulises de la isla de Ítaca, que ya estaba a la vista, en medio de una gran tormenta. Y el retorno aún tendrá que esperar unos años más. ¿Hay aún explicar por qué nos preocupa la I D?
I+D
Ulises es el héroe de la astucia y el ingenio capaz de enfrentarse a todas las dificultades para alcanzar el objetivo deseado. Ítaca no deja de ser, en el imaginario colectivo (después hablaremos del maravilloso poema de Kavafis), la metáfora de todos los esfuerzos que es necesario hacer para, tal vez, no llegó ni siquiera a alcanzar el ideal mil veces acariciado.
La escuela Eolia hace tiempo que trata de afrontar uno de los aspectos más importantes del hecho creativo, como es la innovación (o, dicho en términos científicos, la Investigación y el Desarrollo). Así, lo que ahora se llama Teatro Eolia comenzó llamándose Plataforma I+D, porque quería impulsar, dentro de las posibilidades de un pequeño teatro adscrito a una escuela, los nuevos valores (el sentido común nos hizo retroceder, después de un par de años, para que se llamara, con más lógica, como ahora se llama).
Pero aquella plataforma primera se convirtió en lo que ahora son los Espacios de Creación Eolia I+D, que reúnen la Beca Odiseo (que este año ya ha celebrado su segunda edición y que se concede a compañías que quieran investigar y desarrollar su lenguaje estético), el Grupo de Investigación (que inició su camino en torno a la idea del teatro como camino de transformación social y personal), y la Cesión de Espacios de Creación a compañías jóvenes.
La revista Ítaca da otro paso en este mismo sentido. Quiere abrirse a nuevos lenguajes, quiere abordar la investigación escénica y artística en todos sus ámbitos, quiere abrirse al pasado, al presente y al futuro, a la memoria histórica y al análisis científico, quiere impulsar las jóvenes generaciones y, a la vez, no abandonar las viejas, y quiere, por encima de todo, abrir horizontes, salir a la calle, a la vida... Son objetivos ambiciosos, pero ya sabemos que el camino, también en esta ocasión, debe ser largo. Con todo, ya pesar de toda la dispersión que también queremos que tenga, la revista Ítaca
quiere ser específicamente una revista de teatro.
Una Revista de Teatro
La Revista Ítaca está relacionada con una escuela de teatro que enseña a cantar, interpretar, pensar, escribir y dirigir teatro a un grupo extenso y heterogéneo de alumnos (que superan los 700) y que van de niños pequeños a adultos. Lo que todos tienen en común es su amor al teatro y, la mayoría de ellos, el deseo de convertirse en profesionales de la escena.
Somos conscientes, por lo tanto, de que nuestra primera preocupación será el teatro. ¿Pero podemos hablar de teatro sin hablar de literatura, de música, de artes plásticas? ¿Podemos hablar de teatro sin hablar de historia, de sociología, de política? ¿Podemos hablar de teatro sin hablar de economía, de subvenciones, de instituciones? En el fondo, hablar de teatro es hablar del hombre en sociedad. Es por eso que hablaremos de teatro sin poner límites al concepto. Y hablaremos también del teatro actual, pero tendremos que encontrar una manera de hacerlo sin convertirla en una revista de actualidad (la pregunta, a estas alturas, se "como?").
Queremos también que la revista Itaca sea una revista para todos aquellos que puedan estar interesados aquí y en cualquier rincón del mundo (porque nos enamora el viaje a tierras lejanas). Saldremos al encuentro de los lectores. Y también esperamos tener la oportunidad de dar a conocer ideas, textos, opiniones, estudios de otra gente que tenga, como nosotros, el deseo de Ítaca.
Y, finalmente, Ítaca
Ítaca tiene algo de perturbador. Es el final del viaje. Es el retorno. Pero el regreso de Ulises también implica, inevitablemente, una de las escenas más cruentas que se pueden leer en la literatura clásica, como es la muerte de los pretendientes de Penélope. Es por ello, probablemente, que Konstantinos P. Kavafis, en su maravilloso poema, se demora en el viaje sin querer llegar a la isla. Los versos que en en versión castellana ha traducido José María Irigoyen son explícitos en este sentido:
Cuando salgas de viaje para Ítaca
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, colmado de experiencias.
Y pocos versos después continúa:
Que sean muchas las mañanas estivales,
en que –¡y con qué alegre placer!–
entres en puertos que ves por primera vez;
detente en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles;
y vete a muchas ciudades de Egipto,
y aprende, aprende de los que saben.
El viaje como aprendizaje es un concepto precioso que, como escuela, encaja con nosotros. Pero Kavafis aún continúa:
Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar ahí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te vaya a ofrecer riquezas.
Pero los asesinatos de los pretendientes Kavafis no dice nada.
Coda para Ítaca
Releyendo la Odisea para escribir este artículo me di cuenta de algo muy extraño. La llegada de Ulises a Ítaca, después de un viaje tan catastrófico, lleno de naufragios, de monstruos, de muerte, de desesperación y, también, de aventuras, es una llegada silenciosa. Llegado a la isla, Ulises viaja de incógnito por un lado al otro de Ítaca, dándose a conocer secretamente a unos, ocultándose de los demás, y todo con el fin de recuperar lo que un día fue su vida, feliz y tranquila. En muchos aspectos, el que se encuentra Ulises a su Ítaca es el espejo roto de lo que la isla había sido para él. Y es en este punto donde la feroz batalla de aniquilación contra los pretendientes de Penélope me evoca una metáfora, quizás inquietante, pero muy especial. De hecho, la metáfora que me viene a la mente es la de este espejo roto en mil pedazos que, poco a poco, se recomponiendo, los fragmentos se unen, las grietas se sueldan, y el espejo recupera la más maravillosa capacidad reflejar la luz. En realidad es como si los veinte años que han pasado entre la salida y el regreso a Ítaca hubieran fundido en la nada. Se ha borrado el tiempo, el dolor, el recuerdo del viaje, todos los horrores. Y lo cierto es que tengo la sensación de que esta metáfora puede servir para explicar el valor del arte. En esta metáfora los pretendientes encarnan, con sus acciones brutales y su maldad, los valores de la estupidez, de la prepotencia, del abuso, de la grosería y, en última instancia, de la fealdad (sea cual sea su definición) ... y es que el arte, lo que necesita es, sobre todo, luz ... la luz de la inteligencia, una luz capaz de iluminar y recomponer la realidad. El verdadero viaje a Ítaca.