Mrs. Dalloway de Virginia Woolf, estuvo en el Teatro Nacional de Cataluña hasta el 4 de enero. Dirigido por Carme Portaceli, es una coproducción entre el Teatro Español de Madrid y el KVS Bruselas, que se ha podido ver todo el estado durante el 2019 y que ahora, después de este mes en Barcelona, continúa la gira . La novela de Virginia Woolf es una obra bastante conocida por el gran público como para saber la difícil tarea que han tenido que afrontar Michael De Cock, Anna M. Ricart y la misma Portaceli en adaptarla al teatro. Una versión en la que el peso recae en el personaje de Clarissa Dalloway, interpretada magistralmente por la actriz Blanca Portillo. Y de eso habla este espectáculo, de la vida de Clarissa Dalloway. De un solo día de su vida en que ella prepara una fiesta para su marido hasta que ésta comienza. Durante estas horas, el personaje nos acompaña al pasado y al presente, presentándonos una dicotomía que es la que nos interesa en este análisis. El espacio escénico se nos presenta desde el principio sin telón. Una batería, un piano y dos guitarras eléctricas a cada lado del escenario. Salvo los instrumentos musicales, nos encontramos con elementos naturales o que provienen de la naturaleza: el suelo es parquet, las mesas y sillas son de madera y el diván de piel. 'Naturaleza muerta'. Lo que fue y que ahora, en el presente, no existe. Por otro lado, contamos con las plantas que rodean el espacio, con un protagonismo importante. Junto con los actores, los incluyo dentro de un grupo que podemos llamar 'naturaleza viva', el presente. Y, finalmente, los pétalos de rosa que son desde el inicio del espectáculo en boca del escenario; y, las rosas colgadas que nos aparecerán hacia el final, dominando el techo de la fiesta. La 'naturaleza post mortem', el reciente nada. Un juego de tiempo y materiales que se entrelazan para enriquecer esta apuesta de la Carme Portaceli y el equipo escenográfico de Anna Alcubierre y Marta Guedán. Un juego, como el de la música, que cuando es en directo, forma parte del presente. Y de ningún momento más, excepto los recuerdos. No se registra, no se modela como la madera o la piel, ni siquiera permanece. Es un instante. Como la felicidad. Y, justamente, los momentos musicales forman parte de los instantes felices, y cuando se acaba la música, la vida continúa, como el eterno silencio. Hasta que llegue otra nota. Y hasta que no llegue, la estaremos esperando. Como la felicidad. Los y las intérpretes que han trabajado en Barcelona han sido, aparte de la Portillo, la gran Inma Cuevas, Gabriela Flores, Zaira Montes, Raquel Varela, Jimmy Castro, Jordi Collet (quien también firma la música y el espacio sonoro) y Nelson Dante. Un grupo de grandes actrices y actores que tienen un papel más simbólico, en cuanto a significantes. Son satélites de Clarissa a su vida; todos siguen su respectiva órbita alrededor de la protagonista. El marido, que es un personaje ausente, es una de esas estrellas tan lejanas que no se ven, aunque sabemos que está ahí. Y no puede ser más que una estrella que todos y todo gira rodeándolo la. La vida de Clarissa le fue arrebatada para vivir para la figura masculina de su esposo. El movimiento, coreografiado por Ferran Carvajal, marca esta sensación planetaria con diferentes tempos del movimiento; interesante cuando Clarissa habla en tempo realista y los otros subrayan el segundo plano a cámara lenta. Un ejemplo más de lo natural hacia lo que no lo es. Una cortina blanca de flecos, a modo de guillotina, separa el espacio en dos partes. He aquí, un elemento no natural, que rompe el espacio de forma no natural, evidenciando la dicotomía espacial al teatro: espacio dramático y espacio escénico. La cortina, aunque permite entrever en todo momento lo que pasa al otro lado, divide el mundo de la fiesta en dos espacios y dos momentos temporales. Estos momentos temporales corresponden al antes y al ahora de la fiesta, volviendo al paso del pasado al presente. Y en dos espacios, en tanto que el público es observador de cómo se transforma el espacio escénico, con concejales incluidos, a fin de montar una gran mesa a ambos lados del escenario. El espacio dramático, mientras esto ocurre, se traslada a platea. La actriz protagonista, camina por los pasillos de la platea, incluyendo el público como invitados de su fiesta. Una vez termina su monólogo y la fiesta está lista tras el espacio escénico, éste se convertirá en el nuevo espacio dramático, moviendo la cortina hacia el fondo del escenario. La crudeza con la que están tratados los elementos no naturales, como por ejemplo, las copas o cubiertos que caen cuando los traspasa la cortina, enfatizan la fragilidad de lo no vivo. Esta idea se puede sincronizar con el suicidio de Angélica. Una muerte deseada para un ser frágil más muerto que vivo y que ayuda a Clarissa a afianzarse en su idea de que tenemos que valorar la vida ahora, en el presente. La desnudez los pies tiene una carga simbólica importante. Los personajes que necesitan enraizarse en la vida, se quitan los zapatos para intentar encontrar nuevamente la conexión con la tierra, con lo que está vivo. La amiga bisexual o la pareja femenina de la hija de Clarissa, son ejemplos que para con el conflicto que se les presenta sienten unas ganas irremediables de descalzarse para quitarse la ceguera que no las deja caminar adelante. Seguramente, cuando vimos el traje verde de Clarissa, preparada para la fiesta, nos vino a la mente, como un rayo de luz, el traje verde de Adela de La casa de Bernarda Alba. Si hacemos memoria, en la simbología lorquiana el verde siempre nos remite a la muerte. Sin embargo, el color verde también significa vida, fuerza, energía, esperanza u optimismo. Un conjunto de emociones contrapuestas que Mrs. Dalloway nos transmite durante este relato de una jornada. Dicotomías. Dualidades. Divisiones. Particiones. Vida. Muerte.