Hombre de teatro, Jordi Barra comisarió la exposición con la lógica dramatúrgica de un espectáculo. Primero el espacio, Cataluña y, en gran medida, el tema, la cartografía histórica de la tragedia provocada por la Guerra Civil y sus consecuencias. De hecho, la entrada de la exposición la constituye un conjunto de mapas oficiales de la Generalitat de Catalunya editados en la década de los 30 y, por tanto, anteriores a la época que documenta la exposición. Son mapas que, según explica el comisario, dejan constancia de la falta de conciencia que los cartógrafos del momento tenían del conflicto que estaba a punto de estallar.
Luego viene el dramatis personae, los protagonistas, un pasillo que reúne las víctimas –hombres, chicos, niños, represaliados, curas, soldados, la quinta del biberón, miembros de las milicias internacionales, italianos de los dos bandos, rusos, fusilados...–, todas las tipologías de los muertos porque, dentro de todas las posibilidades de la victimización, la de los muertos es la única categoría que no podrá superar la tragedia.
"La verdad", explica Barra, "es que me encontré con que, en el 80 aniversario de la Guerra Civil, todo el mundo hablaba de las grandes batallas y de los hechos de guerra –Brunete, Ebro, Jarama, Guernica–, todo era militar, pero nadie hablaba de las víctimas. Una definición clara de víctima sería la de una persona que sufre un mal que no quiere. Y eso es lo que recoge la exposición, que tiene la pretensión de ser una primera gran aproximación a la víctima. Pero hay muchas maneras de ser víctima. No todos son necesariamente buenas personas, basta con que sufra un daño, por ejemplo, la muerte. En nuestra guerra el 95% de los muertos son hombres. Alrededor de los muertos aparecen otras formas de víctima: viudas, huérfanos, padres que pierden los hijos... La mujer, que representa sólo un 5% de los muertos, sufre en cambio otras formas específicas de victimización: pérdida del prometido, del marido... ésta es, por ejemplo, la historia de La Plaza del Diamante, de la Mercè Rodoreda. Y luego está la humillación. Por ejemplo, las violaciones, imposibles de documentar históricamente porque no se explican, se ocultan. En todo caso, el mal es que en la guerra la responsabilidad se diluye y aparece la impunidad."
Tal como se presenta en las diferentes salas, la exposición se articula en torno a una serie de mapas que ponen sobre el triángulo de Cataluña los hechos históricos, en una serie de capítulos que apelan a un amplio abanico de emociones en la persona que los contempla. Los títulos de los mapas van desgranando las diferentes tragedias: el coste humano de la guerra, la represión en la retaguardia, la destrucción del patrimonio, la persecución religiosa, el sistema sanitario militar, bajo las bombas, el avance del frente y los flujos de refugiados, la acogida de los refugiados, los republicanos en los campos 1939-45, los barcos de la esperanza, los procesos sumarísimos... hasta el último mapa, ante el que acaba la visita, dedicado a las fosas y los desaparecidos.
Después de la visita sigo charlando en un café próximo al Memorial Democrático con Jordi Barra. Y la pregunta es inevitable. ¿Qué es la memoria histórica? Jordi Barra se lo piensa y se hace, él mismo, una pregunta retórica: "¿Napoleón lo sería?", y acto seguido se responde: "No. Memoria histórica es el recuerdo de la historia reciente, que todavía nos marca, y que nos pone ante los ojos lo peor y lo mejor de la humanidad. Es la historia de la gente que conocemos. La historia a la que no hemos dejado que haga poso, que no hemos digerido. La imagen que se me ocurre es la de El Principito, la de la boa que se ha tragado un elefante. Es una historia que no podemos dejar de vivir emocionalmente. La memoria histórica es individual