La obra dentro del diálogo Peggy Pick viene el rostro de Dios, de Roland Schimmelpfennig por Lluís Mayench
La Cantera Exploraciones Teatrales. Dirección: Jorge Sánchez. Dramaturgia: Roland Schimmelpfennig. Traducción: Albert Tola. Ayudante de dirección: Fiorella de Giacomo. Interpretación: Marta Cuenca, Mireia Gubianas, Toni Vives y Marc Pujol / Joan Sureda. Iluminación, escenografía y espacio sonoro: Jorge Sánchez. Vestuario: La Cantera Exploraciones Teatrales. Redes sociales: Pablo Cuervo. Fotografía: Javi Suarez. Teatro Tantarantana.
Ya hace tiempo que el teatro contemporáneo hemos dejado de ver grandes historias. Las Historias en mayúscula quedan arrinconadas y ponemos la lupa en instantes y momentos íntimos. La obra de Schimmelpfennig va un paso más allá, ya que lo que veremos en escena incluso podríamos acordar que no es relevante. Dónde se encuentra pues la genialidad de esta obra? En la forma. Pero primero necesitamos ponernos en contexto. La pieza nos muestra la relación de dos parejas que hace más de seis años que no se ven. La una ha ido a África para hacer de cooperantes y el otro ha vivido la vida burguesa de casa, coche, garaje e hija. El encuentro, suponemos, estará llena de expectativas, anécdotas vividas y momentos emotivos pero tampoco es así. Todo lo que vemos y sentimos son gestos y palabras vacías que resuenan y estallan ante nosotros. La escenografía también sigue la misma línea. Al fondo la proyección de una casa esquemática que va variando y que no acaba de construirse o de estabilizarse (toda una metáfora de los acontecimientos de la obra). En el escenario, unos muebles con poca personalidad y mucha luz LED que se encienden y cambian de color para iluminar todo un mundo de apariencias. Pero la forma, el cómo está explicada esta pequeña encuentro, es donde encontramos la clave de bóveda de la pieza. El dramaturgo ha elegido el uso de los apartes al más puro estilo barroco para nutrirnos de información importantísima sobre las intenciones y los deseos de los personajes. Hace emerger a la superficie el subtexto y nos lo presenta crudo, distanciado y sin guarnición. Y entonces, Schimmelpfennig pone una marcha más que al principio cuesta de digerir: vuelve a repetir el fragmento anterior del aparte. Y esto lo hace cada vez que hay uno (y es bastante a menudo). Y la obra en ningún momento pierde ritmo sino todo lo contrario. La segunda vez que vemos el diálogo repetido podemos disfrutarlo con toda la información nueva y entender cada una de las palabras dichas, el porque dice estas y no otras y por qué las dice así. Descubrimos que dentro del diálogo hay otra obra mucho más interesante. Y si todo esto fuera poco, aún hay más! El diálogo sigue una secuencia lineal pero a menudo hay acciones o réplicas dislocadas que no se pueden entender hasta que llegamos al momento que les corresponde. Estas anticipaciones crean curiosamente un nuevo horizonte de expectativas y la acumulación de éstas, más los apartes y las repeticiones hacen que llegamos al clímax de la obra y en su final. Un clímax pequeño pequeño pero que se ha ido generando con un mecanismo tan perfecto y perfeccionado que cuando nos lo encontramos es casi trágico aunque este no es el tono de la obra. Nos encontramos ante una construcción más bien vodevilesca donde los engaños, las mentiras y los secretos se convierten en protagonistas funcionales del espectáculo. En una obra aparentemente tan escasa de contenido pero que es capaz de atrapar de ese modo hay que valorar el trabajo de los actores. En este caso, la capacidad de entrar y salir de los apartes. De volver a repetir exactamente lo mismo pero no exactamente lo mismo. De entonar la emoción adecuada en la primera y en todo momento. Y sobre todo, para llegar con energía suficiente para hacer mágico este pequeño final tan íntimo y tan intenso vez. Y todo ello sin hablar de la muñeca, o más bien, de las muñecas que contemplan desde un rincón, atónitas el espectáculo de los adultos.

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