MANIFIESTO manifiestamente IMPRUDENTE Y VIRAL para un TEATRO INFECCIOSO y una CULTURA INSEGURA

Felipe Esquivel Reed. Representación de un COVID-19 bajo un microscopio electrónico. Imagen modificada a blanco y negro (ver original)

antecedentes para una HEREJÍA: el INTERCAMBIO previo de emails

de ROBERTO FRATINI para PABLO LEY:


Hola Pablo (pongo en copia a Albert, porque quizá pueda interesarle):


Puesto que aún no lo has leído, me permito enviarte la última versión del Manifiesto (que, como todo virus, no para de mutar – así que desecha sin escrúpulos la versión ya enviada). Puedes obviamente contribuir a su difusión por canales privados. Y puedes considerarlo una propuesta para la revista Ítaca. Ninguno de los destinatarios institucionales que lo ha recibido ha hecho siquiera el ademán de quererlo difundir por blogs, webs o tableros públicos. Ítaca es una isla pequeña y puede que la mala hierba prospere más entre sus rocas azotadas por el viento.


Un fuerte abrazo,


R.

[sábado, 17 de octubre, 10:57]


de PABLO LEY para ROBERTO FRATINI:


Roberto:


No sé muy bien cómo podría dar cabida al manifiesto en Ítaca. Quizá necesitaría saber quiénes son las tantas veces mencionadas abajo firmantes como para indicar que hay un colectivo de x profesionales (o no profesionales) que lo firman. Porque, de lo contrario, parecería que es iniciativa de la revista y, aunque estoy de acuerdo (con matices) en la idea central del manifiesto, la forma de expresarlo está lejos de ser mi estilo.


De todos modos, hay algo en el escrito que me preocupa. Lo que me parece llamativo no es la visión del coronavirus y las consecuencias ideológicas de su gestión política que planteas, aunque a ratos el manifiesto se coloque en posiciones próximas a un negacionismo que no comparto y próximas a las tesis de las derechas salvajes en todo el mundo y de Vox en España, de las que, es verdad, te distancias en un parágrafo, aunque tan tardío que, a mi juicio, llega tardísimo.


Lo que me preocupa, y más viniendo de una persona como tú, es la aceptación de una forma de teatro tal cual es en nuestra realidad cultural de cada día: esa defensa ciega del teatro que puede verse en Barcelona, en Temporada Alta, en el Liceo, en los circuitos de gira, en las salas comerciales, en los teatros de pequeño formato... Un teatro que, desde los 90, ha estado bajo la batuta ideológica de empresas como Focus y las políticas culturales cuantificadoras que defienden la así llamada industria cultural, un teatro que lleva décadas sin hacer autocrítica, que es la mayoría de las veces mortalmente aburrido y al que, quizá, lo mejor que le podría pasar es que lo cerraran del todo (con o sin mascarilla y distanciamiento) para que nos dieran la excusa de volver a la clandestinidad como en los 60 y primeros 70 bajo el franquismo.


No es, en todo caso, la clandestinidad lo que necesito, sino la conciencia ideológica y cultural. Creo que una visión tan blanca, tan ingenua de nuestra realidad cultural contrasta con el certero, incisivo y provocador análisis que haces de la política en tiempos de pandemia.


Un abrazo,


Pablo

[domingo, 18 de octubre, 11:32]


de ROBERTO FRATINI para PABLO LEY:


Hola Pablo:


Te agradezco tu opinión y puedo entender que no quieras publicar el manifiesto (la alternativa sería publicarlo simplemente a mi nombre: no me da miedo asumir la responsabilidad ideológica de ser el único firmante, y creo que en una nota de inicio explico que recoger firmas no es precisamente el móvil de este geste de redacción).


Unos matices: el manifiesto es ANTINEGACIONISTA precisamente en la medida en que invita a considerar el problema sanitario como un problema, y no como el emblema en el que se ha convertido, expresando contextualmente el deseo de que este problema se trate con realismo y como un problema, no como la solución a todos los antagonismo que las autoridades y una parte de la sociedad creen haber hallado en él. Confundir este relativismo con el negacionismo de las derechas rampantes significa interpretar confesionalmente los posicionamientos políticos y creer que, porque la izquierda tome decisiones autoritarias, esas decisiones sean de izquierda. De qué son capaces los actuales partidos de gobierno en materia de ejercicio fascista del poder del Estado ya lo vimos hace exactamente un año. NO dudarás, supongo, de que si en este momento nos gobernara la derecha, sería la izquierda parlamentaria de este país la que reivindicara una gestión menos antilibertaria de la crisis.


Por cierto, la palabra "negacionismo" es otro efecto especial semántico: trae asociaciones con una negación neofascista de la Shoah que hace asociar directamente las dudas inherentes a la entidad de la pandemia (incluso las dudas más radicales) a la abyección de negar un crimen de guerra, y alimenta ulteriormente la sensación de buena conciencia de quienes han decidido aceptar sin rechistar que la Covid sea el mayor drama de occidente. Cuando, como sabes bien, una cosa no tiene nada que ver con la otra.


El manifiesto no dice que las estadísticas sean falaces (aunque en buena medida lo sean): dice que su veracidad no puede valer como baremo del ejercicio de las libertades civiles. Me parece una postura razonable y no cínica, considerado que quien la asume pertenece a un grupo de riesgo y ha tenido que firmar declaraciones de autorreponsabilidad para salvaguardar el derecho de ejercer su profesión con la máxima normalidad posible. Encuentro extraordinariamente superficial tildar de derechismo reivindicaciones que tienen evidentemente un significado muy distinto en países que disponen de asistencia sanitaria pública, como el nuestro, y países que no disponen de ese servicio. Etiquetar como "derecha" las voces críticas y cualquier forma de relativismo es una manera expeditiva de ponerle a la sumisión la medalla del progresismo. Lo confieso: siendo de izquierda, una izquierda así me parece ridícula y despreciable.


Entiendo tu diagnóstico de la escena actual, pero me parece levemente paternalista (o, según los puntos de vistas, cínico) saludar el cierre de los teatros reaccionarios como un "buen" efecto de las políticas de restricción: primero porque, lejos de favorecer la emergencia de una escena alternativa fuerte, esas políticas refuerzan la eventualidad de que precisamente el teatro al estilo de Focus sea el único capaz de reflotar; segundo, porque el eclipse casi total de la escena alternativa sólo depende de la absoluta pasividad de esa escena, y de su incapacidad de proponer una política de apertura que desafíe la norma de sumisión de los teatros presuntamente poderosos: es cándido creer que la contracción de la industria oficial pueda automáticamente beneficiar el sector contracultural mientras ese sector acepte los mismos decretos que limitan la actividad de aquella industria – las diferencias de escala no son ninguna garantía de diferencias cualitativas, y es difícil imaginar que la escena alternativa pueda representar la diferencia que pretende representar mientras siga adoptando y justificando la misma "deferencia" que caracteriza la escena comercial; tercero, porque no me interesa, en las condiciones actuales, denostar el teatro "malo" por razones pedagógicas: esto hace el juego de las mismas autoridades que reducen libertades señalando buenas y malas prácticas, buenas y malas costumbres, buenos y malos ejercicios del esparcimiento y de la afectividad. Quien acude a ver a Concha Velasco en el Goya tiene el derecho de seguir atiborrándose de mal teatro exactamente en los mismos términos por los cuales quien acude al Apolo cada sábado por la noche tiene el derecho de emplear su tiempo libre como mejor le parezca. Creo que el resto es moralina.


Ves bien que establecer órdenes de prioridad o necesidad sólo hace el juego del gobierno: para entendernos, la lógica que justifica la necesidad de las actuales restricciones es la misma que en su tiempo ha justificado el cierre total de los teatros, y es una lógica que puede afectar cualquier sector de la vida pública. Los efectos de las restricciones adoptadas hasta la fecha (lo hemos visto y lo seguimos viendo) son temporales, irrelevantes y puestos en duda por una hueste de científicos y epidemiólogos que no aparecen en televisión y que no son tildados de neofascistas por el hecho de corregir el sesgo interpretativo de los datos estadísticos. Si efectivamente rechazamos a priori un lockdown total y general, deberíamos asumir que los lockdowns parciales, anecdóticos, variables, improvisados y dictados por parámetros de eficacia surrealistas (¿por qué los bares y no el metro?, ¿por qué los teatros y no la calle?, etc.) sólo tienen el objetivo de alimentar la ilusión de que existe una solución intermedia.


La forma chamánica que adoptará esta solución intermedia (llamada Nueva Normalidad o Democracia antológica) depende únicamente de nuestra disponibilidad de pelearnos para ver qué y quién es más necesario al progreso de la humanidad, y a luchar por nuestras cuotas de precariedad. Los gobiernos lo saben y saludan con entusiasmo todas las guerras de pobres generadas por redistribuciones parciales de los derechos.


Dicho lo dicho, te agradezco el tiempo que has querido dedicarme y tu opinión: que no reconociéndote en mi escrito te niegues a darle cabida en tu revista no restará puntos a la estima y al cariño que te tengo.


Un abrazo,


Roberto

[domingo, 18 de octubre, 12:40]


de PABLO LEY para ROBERTO FRATINI:


Roberto, eres apabullante. Me imagino que discutirse contigo en una discusión familiar debe de ser agotador. 


Pero vamos al grano. Una, no es mi revista (aunque sí es mi empeño lo que la está sacando adelante). Dos, tampoco me niego a publicar el manifiesto. Mal puedo decir que quiero que Ítaca sea una revista de la profesión y para la profesión si luego no doy voz a los profesionales que tienen la deferencia de dirigirse a la revista para publicar un manifiesto. Pero una cosa es dar voz a unos profesionales, en plural, o a un solo profesional (es decir, a ti)... y otra cosa es asumir, sin firma, un artículo que puedo suscribir en parte (porque en parte lo suscribo) pero con matices. 


Fijate que yo no he hablado de negacionismo, sino que digo algo bastante distinto: "aunque a ratos el manifiesto se coloque en posiciones próximas a un negacionismo que no comparto"... y si he de completar la idea diría que, como en la verbosidad que te caracteriza no siempre resulta un discurso transparente, serán unos cuantos los que reducirán a trazo gordo tus ideas y acabarán confundiendo el "relativismo con el negacionismo de las derechas rampantes" (yo creo no haber confundido ambas cosas y haber entendido el fondo del manifiesto... pero tengo el temor, justificado, de que sí sean muchos quienes las confundan... aunque imagino que este temor mío también te parecerá paternalista, y quizá lo sea). 


En realidad no es el contenido lo que me aleja del artículo sino "la forma de expresarlo", y eso es lo que "está lejos de mi estilo". Supongo que son los 25 años que he dedicado a la radio, a los periódicos y a los gabinetes de prensa institucionales lo que provoca mi desconcierto cuando me enfrento a un vocabulario florido, un pensamiento circular y a un estilo barroco. Tal vez Orwell calificara mi gusto por la claridad como el primer paso hacia la simplificación ideológica de la Neolengua, pero, en todo caso, es mero gusto. 


Distinto (y vuelvo a ello) es lo que pienso del teatro. Quizá no lo haya expresado adecuadamente, por lo que voy a intentar explicarme un poco mejor. Mientras leía el elevadísimo discurso sobre el coronavirus y el gobierno, cada vez que aparecían referencias al teatro me costaba imaginarte sentado felizmente en una platea de las muchas que hay en Barcelona. Con tu mirada cáustica, implacable, de ironía feroz, con ese elitismo natural de quien se sabe adornado con los laureles de la alta cultura (tal como aparece Dante en los retratos), no me cuadra tu defensa de esa forma de cultura tan cojitranca como es nuestro teatro. Tu dices que no es el momento, y yo te contesto que la frase "això ara no toca", es propia de Jordi Pujol y, además, no quita que a mis ojos una visión tan decididamente acrítica del teatro desvalorice la otra parte del discurso. Ése era mi comentario. 


Quizá haya dado rienda suelta a mis ideas, porque he visto cómo, en el tránsito de los 80 a los 90, Barcelona se encaminaba decididamente hacia un lugar en el que estuvo a punto de convertirse en una capital europea del mejor teatro internacional... aunque en un quiebro de última hora a mediados de los 90 perdió el norte para empantanarse en esa manera de hacer teatro que ahora (no antes) es la nuestra. 


Creo que la reprimenda que el manifiesto le dedica al gobierno en la gestión del coronavirus debería incluir otra reprimenda al gobierno y a todos los gobiernos involucrados (y la totalidad de partidos en el gobierno y la oposición) en esta especie de genocidio cultural. Es más, la misma libertad que reclamas ante el coronavirus deberías reclamarla, creo, ante la cultura. Que saquen sus sucias manos de la cultura y dejen que los creadores, que son gente adulta y sensata, desplieguen sus talentos (sin mascarilla ni distancia simbólicas) de la manera más fecunda, sin directrices de ningún tipo. Es decir, no se trata sólo de la mascarilla o el 50%... sino los índices de ocupación, las justificaciones absurdas de las subvenciones, la equiparación del desarrollo de la industria cultural y el desarrollo de la creatividad y del talento... etc.


No quiero entrar en un intercambio de acusaciones sobre tu paternalismo o el mío, tu ingenuidad o la mía, pero del mismo modo que el manifiesto me parece consistente en lo que se refiere al gobierno, me parece evanescente o esquemático en lo que se refiere al teatro.


Dicho esto, no me niego en absoluto a publicar el manifiesto, con la sola condición de que los firmes tú y cuantos quieran.


Pero sí te diría que antes hagas una relectura con mis ojos y te plantees si no resulta un poco condescendiente tu mirada sobre un teatro que es un tentáculo más de ese gobierno (esos gobiernos) que criticas tanto por otro lado. Yo no veo que haya libertad en los teatros, la mayoría de cuyos gestores son elegidos en procesos de dudosa solvencia democrática o sustentados mediante subvenciones perfectamente opacas... y en los que nosotros, los creadores, nos arrastramos como los esclavos mendigando un lugar en el que poder mostrar las monerías devaluadas de nuestro talento (no sé por qué me ha venido Beckett a la cabeza).


Pero, sea como sea, no tengo ningún inconveniente en publicar tu manifiesto.


Lo mismo que tú me dices en tu despedida te digo a ti respecto a la estima y el cariño que te tengo. No perdería contigo un instante de mi vida si no te tuviese estima, cariño y un profundo respeto. Sólo por eso me he expuesto a este intercambio de pareceres para el que tú estás mucho mejor dotado que yo.


Un abrazo,


Pablo

[domingo, 18 de octubre, 15:41]


de ROBERTO FRATINI para PABLO LEY:


Pablo querido:


No infravalores mi pasado anhelo por curtir el gusto en los peores burdeles de la teatralidad. Pues en esta vida no he dejado de ver nada, ni siquiera a Concha Velasco. Y no me creas insensible al sueño de asistir a la caída de la casa Usher, o de vivir en un mundo sin Focus ni premios Max. Mi escrito no va de esto. O puede que sí: en una de las últimas versiones (ya no sé cuál tienes tú: el escrito muta como un virus) insisto en que el grado de sumisión de los teatros está siendo directamente proporcional a su grado de participación institucional: los teatros públicos (los más presuntamente poderosos) son por obvias razones los que aplican de la manera más estricta y con menos queja el draconiano bouquet de restricciones impuesto por el estado. Si ya antes de la pandemia era ridícula la nota de intenciones que campea en la entrada del Lliure (lado montaña), la que pone: "Sóc el LLiure, sóc el comunisme, sóc la dissidència, sòc la crítica, sòc el pensament, etc.", leerla ahora mismo es puro dadaísmo.


No conozco bien el expediente de las vanguardias teatrales catalanas, pero me conozco bastante bien el de las vanguardias coreográficas: todas las que compusieron en los 80 y 90 un excitante cuadro de emancipación poética aceptaron raudas la OPA del gobierno: chiringuito a cambio de una oportuna reducción de los eventuales contenidos insurreccionales a esto: contenidos, temas, mensajes. En su apogeo, las vanguardias de aquí (y las de toda Europa) firmaron un pacto con el demonio. Su sumisión fáctica e ideológica a la dramaturgia inmunológica inducida por el Estado es la consecuencia de su incapacidad de imaginar que pudiera negociarse la ayuda pública (y negociar el significado público de su cometido) bajo condiciones menos holísticas.


De hecho, una escena marginal que quisiera pergeñar patrones de independencia menos formales y más sustanciales debería ser la primera en ocuparse de desprogramar y revocar ideológicamente el Nuevo Sentido Común. Pero ocurre lo contrario: al grito unánime de "La Cultura es Segura", no existe prácticamente un solo sector del nuevo teatro o de la nueva danza dispuesto a apostar por una interpretación disidente de las consignas gubernamentales, quizá porque no existe un solo sector de nuevo teatro o nueva danza que no haya aceptado la financiación pública como un pacto de sumisión; o no existe (y creo que este es el déficit peor) un solo cuadrante del público emancipado que esté dispuesto a apoyar con su presencia este tipo de insumisión.


Cuando hablo de una dimensión pública "por defecto" me refiero a esto: a la total cesión al Estado de la opción de definir el sentido de la cosa pública y, si me perdonas el juego de palabra, a la deficiencia de un público que recibe como una dádiva lo que ya es suyo pero es muy renitente a tomarlo cuando se lo arrebatan. Audiencia, artistas y teatro, en este aspecto (en la emergencia Covid y en mil otras cosas) hacen fundamentalmente lo mismo: el Estado les quita 10, después les devuelve 1, y se ponen en cola para expresar su gratitud.


Hagamos así: no hace falta que el manifiesto se publique en la revista. Desde luego que ya está circulando por otros canales y por iniciativa privada de algunos lectores. Si te parece, esperaremos un tiempo para ver si y en qué términos evoluciona la situación. Me deprime sobre todo la sensación de que si la sociedad civil no para ahora mismo los pies a la campaña de precarización de las conciencias (y de todo lo demás) orquestada por las autoridades, tampoco servirá de mucho que, de aquí unos meses, los gobiernos nos digan que podemos vivir de forma más holgada y relajada, meciéndonos en la convicción de haber derrotado al virus (como cuando Bush declaró desde un barco que la guerra en Irak "había acabado").


No hay mérito en una colectividad que se libera sólo cuando le dicen que ya está libre. El test triunfal de la pasividad colectiva nos depara una "edad de las pandemias" en la que será cada vez más fácil silenciarnos, reducirnos, precarizarnos, asustarnos.


Broche de oro: las mismas izquierdas de pacotilla (por supuesto no te incluyo en ellas) que ahora mismo tildan de negacionismo cualquier punto de vista que impulse a interpretar en términos menos dictatoriales las estadísticas, y que se sienten muy revolucionarias por acatar lo que sea, NO HAN MOVIDO UN PUTO DEDO, al inicio de la pandemia, para impedir que las restricciones de movilidad y contacto arruinaran a millones de personas (para pretender por ejemplo que se prohibiera a las grandes empresas practicar ERTES, despidos y reducciones salariales). Iglesias defecó una limosna de Estado que, lejos de abogar por la eliminación de las causas de la injusticia social, la paliaba homeopáticamente con medios que Caritas ya conocía y manejaba mejor.


Este gobierno de izquierdas no para de recordarnos que nuestra irresponsabilidad está colapsando las UCIs, y que mientras las UCIs se vean colapsada por positivos irresponsables de todas las clases (sobre todo de las menos pudientes), también seremos culpables de que la sanidad general cancele tratamientos y anule operaciones quirúrgicas. Que las UCIs se colapsen y que la sanidad no pueda funcionar con normalidad NO es culpa de la ciudadanía (la misma hasta ahora se ha doblegado ante el surrealismo de medidas generalmente demenciales, pensadas para contener lo incontenible), sino de un gobierno que se ha dedicado con esmero a plasmar un sistema sanitario colapsable, disfuncional, carencial. Encerrarnos en casa, cebarnos a sustos, reprocharnos el error de vivir le resulta infinitamente más barato que invertir el dinero de nuestros impuestos en tratamientos antirretrovirales masivos (que ya existen) o en un restyling radical del sistema de asistencia. Y la izquierda de todo el país – especialista en falsos debates – apoya esta campaña encubierta de avaricia asistencial regocijándose en las pataletas de los fascistas, que en el fondo le permiten alimentar su mito de superioridad moral. A ningún gobierno que acabe de gastarse dinerales en una nueva flota de carros de combate debería permitirse achacarle a la colectividad las miserias de la sanidad pública. Y la izquierda de todo el país lo apoya regocijándose en las pataletas de los fascistas, que en el fondo le permiten alimentar su mito de superioridad moral.


Con esta izquierda me limpio el culo, y espero que tú también.


Un fuerte abrazo. Disfruta de lo que queda de domingo. Los domingos se han vuelto extraordinariamente melancólicos.


R. 

[domingo, 18 de octubre, 18:57]


de PABLO LEY para ROBERTO FRATINI:


Roberto, estoy de acuerdo con lo que dices. Cuando quieras que lo publique, te lo digo en serio, sólo tienes que decírmelo. Me encanta tu cabreo político, pero (y quizá se deba todo a mi hipotiroidismo) a menudo no me siento ni con ganas de reaccionar. Un abrazo, Pablo (P.S. Lo de publicarlo te lo digo en serio, pero quería entender todas tus razones... ahora, creo, ya las entiendo).


[domingo, 18 de octubre, 21:26]


de ROBERTO FRATINI para PABLO LEY:


Muy querido Pablo:


Mil gracias por tur palabras y comprensión. Lo que te propongo es una herejía de otro tipo: podrías publicar en la revista el Manifiesto (haría algunas correcciones para dejar clara la autoría del manifiesto mismo y destacar el hecho de que, de momento, no se propone ninguna recolecta de firmas; también me has persuadido de que sería mejor anticipar un poco la toma de distancia de los posicionamientos de la extrema derecha, porque creo que cambiaría sensiblemente el sesgo de la lectura) y también publicar nuestro intercambio de mails, que ha sido sin duda fructuoso y aclarador. Lo digo porque el diálogo y el intercambio en este momento me parece más estimulante que los formatos cerrados del artículo o del ensayo, sobre todo en una publicación que intenta tomarle el pulso a energías vivas, procesos y problemas. Puede incluso que de esto arranque un debate y que se añadan otras voces a la nuestra. Ya me dirás. Empiezo hoy un workshop intensivo en la Central del Circ y durante un par de semanas trabajaré en otras cosas sólo por la noche. Pero un proyecto de este tipo podría con mi pereza.


Un abrazo,


R.

[lunes, 19 de octubre, 7:47]


de PABLO LEY para ROBERTO FRATINI:


Pues adelante, Roberto. Publicamos el manifiesto (con los retoques que anuncias) y, si no he entendido mal, los emails que hemos intercambiado. Me parece una idea interesante. Pablo (P.S. Espero la nueva versión del Manifiesto.)


[lunes, 19 de octubre, 11:41]


de ROBERTO FRATINI para PABLO LEY:


Querido Pablo:


He estado corrigiendo un poco el manifiesto. Uno de los cambios es que ahora mismo todo el manifiesto se atribuye a su "signataria" (femenino singular), y que al final está mi firma única (quise poner "Lady Satanela", pero en un arrebato de seriedad me retuve).


Repito que, si no te parece oportuno publicarlo (con nuestro intercambio de mails), lo entenderé. Nuestra conversación me ha ayudado a afinar ciertos aspectos de la argumentación. De otros queda constancia precisamente en nuestros mails.


Un fuerte abrazo,


R.

[viernes, 23 de octubre, 21:23]


de PABLO LEY para ROBERTO FRATINI:


Mañana me pongo a editarlo y lo publico. Un fuerte abrazo, Pablo


[sábado, 24 de octubre, 0:34]


Felipe Esquivel Reed. Representación de un COVID-19 bajo un microscopio electrónico. Imagen modificada  en el color (ver original)

EL MANIFIESTO

Riesgo de transmisión


Manifiesto manifiestamente imprudente y viral para un Teatro Infeccioso y una Cultura Insegura.


*Nota editorial: este Manifiesto aspira, como todo virus de laboratorio, a difundirse. No busca firmantes sino receptores. Esta es su quinta mutación. Podría haber más. Ninguno de los interlocutores institucionales a los que se envió hizo siquiera el gesto de darle publicidad. El Manifiesto explica, creo, el por qué.


Una manada de elefantes, a la vista de un avión,

fue presa de desquicio colectivo. Cada maldito elefante estaba aterrado

y su pavor se comunicaba a los demás, creando una desfasada

multiplicación del pánico. Sin embargo

el pánico cesó en cuanto el avión

empezó a alejarse, pues entre los elefantes

no se hallaban periodistas.

(Bertrand Russell)


En esas colectividades el miedo imita todas las apariencias

de la valentía para felicitarse de su propia vergüenza

y dar las gracias por sus propias desgracias.

(Benjamin Constant)



Nota de intenciones:


La signataria de este Manifiesto no cree, no se complace, no confía en ningún miembro de la clase política actual, con total independencia de los colores que venga enarbolando. La deja sorprendida y azorada que incluso los más inteligentes de los ciudadanos acunen la necesidad instintiva de depositar su confianza y aprecio en uno cualquiera de los trepas, hipócritas e ineptos que conforman aquella clase. La signataria de este Manifiesto encuentra humillante que sean en este momento los fascistas quienes reivindican (por motivos obviamente despreciables) ciertos aspectos de la norma democrática. Que esto ocurra, y que una parte de la ciudadanía, al echar por la borda un amplio catálogo de derechos civiles, se sienta moralmente superior por la única razón de que los fascistas están invocando esos derechos, sólo dice a qué nivel de desorientación, degradación conceptual e insignificancia política ha llegado la izquierda parlamentaria de este y de muchos países. La signataria de este manifiesto cree que, lejos de constituir una razón flagrante de antagonismo, los embates de una derecha de pandereta son, también en tiempos de Covid, los mejores aliados ideológicos de la izquierda de pandereta que gobierna el país por puros motivos de alternancia por turnos. La signataria de este Manifiesto no cree en una política de males menores. La signataria de este manifiesto recuerda que hace un año ambas, la derecha chabacana y la izquierda cosmética, supieron alcanzar un lindo acuerdo de mínimos a la hora de aporrear, enjuiciar, exiliar, humillar a ciudadanos disconformes: el mismo cálculo electoralista e intercambio de favores que dictaba la armonía de entonces alimenta hoy el contraste entre fachas libertarios y progresistas autoritarios. Este Manifiesto no se ocupa de ellos: es, si acaso, un ejercicio de equidistancia en el asco.


Premisa:


La premisa objetiva de este Manifiesto es que nos hemos convertido en una colectividad de coprófagos funcionales. La signataria del Manifiesto opina que se es chupamierdas no ya por alimentarse fácticamente de mierda, sino por asumir que comer mierda es, en circunstancias específicas, aceptable e imperativo. En el idiolecto gubernamental las palabras excepción, alarma o emergencia son sinónimos del conjunto de condiciones bajo las cuales los Estados instan a las ciudadanas y ciudadanos a acoger el festín coprófago como dieta saludable y como ejercicio activo de competencias civiles.  Las circunstancias que invitan la sociedad civil a metamorfosearse, voluntaria e insensiblemente, en colectividad de comemierdas atañen invariablemente al orden de la creencia, de la superstición, del terror o de la coacción. Ocurre a veces (es sin duda el caso de la Nueva Normalidad Covid) que dichas circunstancias sean intercambiables. Nadie duda de que si mañana uno cualquiera de los incompetentes que gobiernan el país o de los científicos contratados por el gobierno afirmara que alimentarse de heces ayuda a prevenir el contagio, mitad de la población, pasado mañana, desayunaría concretamente truños, con la misma naturalidad con la que ha tragado las fabulaciones estadísticas, las intimidaciones, las imposiciones de deberes fantasmagóricos y las reducciones de derechos básicos decretadas a lo largo y ancho de la geografía y cronología de la crisis por los improvisadores de ambos sectores, sanidad y administración: la mierda que hemos comido y que comemos. Resumen del estado de la cuestión: que aparezca plausible la hipótesis fantástica de que comer mierda por prudencia inmunológica ya convierte en comedores de mierda hechos y derechos a todos cuantos consideren renunciable el derecho a no comer mierda bajo ningún concepto.


La signataria de este Manifiesto está persuadida de que el solapamiento de las razones subjetivas y objetivas que impulsan a una aplastante mayoría de los ciudadanos a comer mierda sin inmutarse sea altamente indicativo de una deriva autoritaria (en las razones impuestas de la coprofagia) y de una inquietante susceptibilidad a automatismos totalitarios (en las razones autoimpuestas de la misma coprofagia). Con independencia del orden de los factores – decreto de pocos o íntima convicción de todos – el resultado es que comemos mierda a diario.


La signataria de este Manifiesto cree que la emergencia Covid respalda la consolidación de un totalitarismo inmunológico de nuevo cuño: versión perfeccionada y mutación infalible del ya conocido totalitarismo espectacular.


La signataria de este Manifiesto considera que el aspecto más políticamente alarmante de la pandemia no es la gestión oportunista y autoritaria que la clase política y los actores gubernamentales están haciendo de su incapacidad de enfrentarse con inversiones adecuadas al problema pragmático de la enfermedad; tampoco es la deformación de un imaginario colectivo entretenido por gobiernos irresponsables, a falta de soluciones realistas, en la superstición, en el terror y, si acaso, en el odio; ni siquiera el hecho de que la población occidental haya podido persuadirse de que su problema principal y único sea, a escala mundial y local, el contagio. La verdadera catástrofe política de la Covid es haber puesto de relieve, en una mayoría inmunológicamente consensual de ciudadanas y ciudadanos, la irreversible disponibilidad a abdicar de derechos civiles básicos, libertades inalienables y autonomías éticas, a cambio del único derecho a no dar positivo en uno cualquiera de esos test (falaces y rentables) que el gobierno ha convertido en la nueva herramienta de fraccionamiento social. Que ese gobierno llame constantemente "salvar vidas" a la defensa del derecho exclusivo y residual a no salir positivos, demuestra que el dramatismo barato ha sido, desde el inicio de la pandemia, su única herramienta política, su único atajo dialéctico.


Por eso, considerando que la seguridad inmunológica se ha convertido en una razón consensuada y consensual de restricción de libertades, la signataria de este Manifiesto se declara, a priori e incondicionalmente, positiva de la Covid: positiva falsa en virtud de una deliberación que invierte la pasividad no deliberada de los muchos "falsos positivos" que se cocinan en los codiciosos laboratorios de análisis avalados por el gobierno. La signataria espera con ello recuperar el derecho a ejercer los privilegios apestosos de una cultura inmunológicamente insegura y por ende disidente.


La signataria de este Manifiesto constata con estupor e indignación la total pérdida de derechos de las personas positivas de Covid y de todos sus alegatos; creen que considerar y tratar a todos los ciudadanos como infectados y peligrosos a priori otorga a los gobiernos la impagable oportunidad de restringir, recortar, suspender y eliminar un catálogo sustancialmente infinito de derechos individuales y colectivos. Las colectividades que aceptan este silogismo se disponen a comer mierda en todos los cuadrantes de su vida colectiva. Peor aún, resulta perfectamente indiferente que lo hagan por razones organolépticas (porque esta mierda les gusta), por razones terapéuticas (porque creen que esta mierda las cura) o por razones neocínicas (porque, aunque no confíen en los poderes profilácticos de la mierda, comerla es más práctico que sufrir las consecuencias de la inapetencia).


La signataria de este Manifiesto opina que la única defensa civil de una colectividad cuyos miembros sean considerados infecciosos por defecto y tratados como tales por sus gobernantes, es que cada miembro de esa colectividad se pague el lujo de declararse, a su vez, infeccioso y pernicioso por exceso, para que los demás se le acerquen a consciencia sólo declarándose a su vez infecciosos, perniciosos o temerarios. La signataria asume como una paradoja necesaria que, si la existencia civil se ve desrealizada con todos los medios por autoridades que interpretan el gobierno como una forma de antropotecnia, la misma sociedad civil sólo puede reconstituirse como gueto deliberándolo desde abajo. La signataria invita al gueto a todos cuantos y todas cuantas vislumbren alguna ventaja circunstancial o libertad concreta en el hecho de ser guetizadas/os.


A continuación las razones y corolarios de la propuesta:


Comemos dócilmente mierda siempre que, con tal de acceder a un teatro, a una universidad, a una escuela, nos sometemos a las medidas draconianas, vanas y demenciales a la que el gobierno ha decidido supeditar todo el espacio previa y tradicionalmente destinado a la transmisión o al ejercicio público y libre de las facultades espirituales y somáticas.


No hay quien entienda la discrepancia entre la cota de restricciones impuestas al sector de los consumos y del trabajo productivo, y la parálisis inducida del sector de la formación y de la creación a golpes de medidas demenciales y controles kafkianos.


Los habitantes de Sarajevo azotada por los francotiradores apostados en las colinas consideraron que el riesgo de ser abatidos no podía afectar automáticamente el derecho de acudir a teatro con normalidad. Es deleznable, patética, frívola y pusilánime una colectividad que acepta como un dato irrefutable la necesidad de abstenerse de ir al teatro (o de volver a frecuentarlo en condiciones como las actuales), a cambio de la seguridad fantasmal de no entrar en contacto con el virus llamado Covid-19; es deleznable, mentiroso y espiritualmente analfabeto el gobierno que convence a esa colectividad a aprobar el abuso que se le inflige; es deleznable, inútil y terminal la Cultura que acepta proyectar esta imagen de "seguridad" al precio de una humillación sin precedentes.


La signataria de este Manifiesto encuentra sintomático que el nivel de sumisión al pensamiento único Covid expresado por las instituciones teatrales sea directamente proporcional al nivel de oficialidad de cada institución; y constatan con estupor la absoluta pérdida de autonomía política y poética de unos teatros "públicos" que deberían ser los guardianes de la emancipación: de hecho, precisamente por ser público son también, en este momento, los menos emancipados y los más desinfectados.


La signataria de este Manifiesto opina que, al otorgar a los sanitarios y científicos el poder ilimitado de acotar y remodelar el ejercicio de libertades civiles y políticas, las colectividades han cedido a sus gobiernos una poderosa herramienta de represión: se puede confiar en que, ante futuras sublevaciones de orden político o social, los mismos gobiernos reaccionarán emitiendo datos científico-estadísticos que atribuyen el dispararse de los contagios a la sublevación, para acto seguido reprimirla con el visto bueno de una mayoría dócil y aterrada. Al margen de si las estadísticas resultan verídicas o no, será siempre y sólo competencia de la colectividad decidir relativizar o revocar el programa disuasorio que las estadísticas estén refrendando. La colectividad puede (y debería) negarse rotundamente a aceptar que el incremento de "casos" – positivos falsos, verdaderos, metafóricos, retroactivos o imaginarios – sea baremo del comportamiento político; negarse en suma a aceptar que un aumento de contagios sea razón suficiente para contraer derechos y reducir márgenes de actancia política. Sólo una democracia fracasada cede a los sanitarios el poder de definir qué criterios la determinan como democracia. Cuanto más se delegue y difiera esta decisión, más estará aceptando la colectividad la neutralización de unos derechos que otras colectividades adquirieron al precio de la vida. Desde luego que "jugarse la vida" (admitiendo que vivir una vida normal signifique, como quieren hacernos creer, arriesgar nuestra vida y la del prójimo) representa el tipo de solución extrema que las colectividades oprimidas aceptaron cuando estaban en juego derechos, libertades y dignidades colectivas más apremiantes que el problema de la supervivencia individual; la signataria de este Manifiesto opina que si, en los 40, hubiera valido la escala de prioridades ratificada por el actual paradigma biopolítico (el que mata libertades con tal de “salvar vidas”), Europa sería una provincia hitleriana.


La signataria de este Manifiesto cree que ahora, más que nunca, es vigente la consigna pasoliniana de "arrojar el cuerpo a la batalla": si en el pasado la tutela de las libertades fundamentales supuso un riesgo de vida objetivo y drástico, el peligrar de la pureza inmunológica ni debe ni puede constituir un pretexto de desmovilización práctica y mental. Es imaginable que enfrentar los gobiernos a la amenaza de un contagio masivo se perfile un día como la última forma de protesta civil que le quede a una colectividad disconforme.


La signataria de este Manifiesto opina que, si realmente acatar o infringir la política gubernamental de restricciones al contacto, al desplazamiento y al trabajo fuera "cuestión de vida o muerte", el gobierno (que en su tiempo se desentendió soberanamente de esas franjas vulnerables de población para las que el riesgo de muerte era una amenaza concreta) debería explicarnos por qué nunca puso énfasis ni combatió con artillería pesada factores de precarización y muerte bastante más consistentes y ubicuos que la Covid-19. Es evidente que el gobierno pretende persuadirnos de que la única batalla sensata, la única guerra total que merezca la (des)movilización de la sociedad sea el virus que los media compinchados se esmeran en retratar con inaudito sensacionalismo.


La signataria de este Manifiesto considera que la razón por la que en la era Covid los significados genuinamente públicos del espacio común van sujetos a inauditas maniobras de desmantelamiento y desustanciación, la razón, en suma, por la que Escuela, Cultura en vivo y Universidad (que es donde lo público se define como dimensión activa) se convierten, según los planos de actuación de las administraciones, en puras formalidades, es que los gobiernos de Europa del Sur (el de España con formidable ahínco) consideran que la educación y la Cultura son sectores estructuralmente improductivos y parasitarios, o temen los efectos potencialmente antigubernamentales de aquello que daría sentido a la vocación pública de escuelas, teatros y universidades si dichas instituciones conservaran su sustancia. Confundiendo servicio público y servidumbre, los gobiernos opinan que la única manera de rentabilizar políticamente una cultura parasitaria (y, por defecto, ideológicamente infecciosa) es convertirla en el marco de exhibición diaria de la performance inmunológica del Estado. Esterilizar el ecosistema humano de escuelas y teatros permite al gobierno lavarse las manos del destino inmunológico de sus ciudadanas en cualquier otro marco de naturaleza socioeconómica, donde el dinero se considera una razón necesaria y suficiente de imprudencia. Controlar la Cultura autoriza a descontrolar la economía. La performance inmunológica de las autoridades es, en este aspecto, exquisitamente homeopática: consiste en dar palos de ciego para convencer el grueso de la colectividad de que "controla la pandemia". Así pues, denuestan por turno categorías específicas de "comportamiento de riesgo" (viajeros, paseantes, fumadores, fiesteros, extranjeros, inmigrantes, etc.). Después se quitan la venda para castigar en bloque al único cuadrante de actividades en el que les sale gratis mostrarse despiertas e inflexibles: la Cultura.


Las autoridades matan así dos pájaros de un tiro: persuaden al público de que el sector de la cultura, al quedar enteramente subsumido bajo la competencia estatal y gubernamental, es una nursery reconfortante en la que el estado cuida maternalmente de los ciudadanos (la mascarilla es el nuevo bozal, la nueva mordaza y, a la vez, el nuevo babero); y reducen a una muestra de subalternidad definitiva los únicos sectores de la vida pública que aún posibilitarían la emergencia de pensamientos y discursos críticos. Comemos mierda cada día. En teatro la ración es doble. En circo puedes ponerte las botas y darte un atracón.

La signataria de este Manifiesto se pregunta qué se proponen exactamente los gobiernos y las autoridades sanitarias con la actual campaña de restricciones homeopáticas, a golpes de anorexia inducida de los teatros, cierres parciales o temporales de locales, toques de queda y otros trastos de táctica autoritaria. Está claro que, en cuanto las restricciones actuales se levanten, el virus seguirá su curso natural, que es por supuesto la difusión; está también claro que, si el objetivo de las restricciones fuera debelar el virus, la única solución lógica sería emparedar en sus casas a las habitantes de esta ciudad mientras la población mundial no haya enfermado al completo o no esté enteramente vacunada (hablamos de unos cuantos años). Las restricciones actuales tampoco cumplen el objetivo de limitar la presión de la masa de positivos sobre una sanidad anémica. Puesto que su finalidad epidemiológica (parar el contagio) es a todas luces del orden del pensamiento mágico-chamánico, está claro que su único objetivo práctico y fáctico es arruinar a todas las trabajadoras y trabajadores involucrados en los sectores afectados por las restricciones. A largo plazo los efectos de empobrecimiento se extenderían a todos los cuadrantes de la sociedad ya afectados por la última crisis. La signataria de este Manifiesto opina que este objetivo de precarización masiva es deliberado (los políticos son generalmente estúpidos, pero hay un límite incluso a su majadería), y que cronificar los estragos socio-económico de la pandemia a golpe de precarizaciones improvisadas sirve para rentabilizar esta crisis como se rentabilizó la anterior: abaratando de cara al futuro inmediato la compra masiva de vidas, cuerpos y bienes para quienes compran estas cosas al por mayor. La signataria de este Manifiesto está por ende harta de escuchar a ministros y tele-sanitarios chantajeándonos con más restricciones "si no nos portamos bien", porque incluso un bebé habría entendido que, si nos ceñimos al ritmo actual de "contagios" y medidas gubernamentales, podemos esperar sentadas (o colgadas) el final del tiempo en el que cada estornudo estadístico autorizará una amenaza de cierre. El resultado es que la Nueva Normalidad no es ni nueva ni normal: sirve a intereses antiguos y lo hace conjurando cualquier perspectiva de continuidad democrática.


En consencuencia, la signataria de este Manifiesto opina que los llamamientos mediáticos y ministeriales al mérito de la obediencia, a la superioridad moral de la sumisión, al heroísmo activo del acato incondicional y colectivo, desprenden un irresistible tufo a fascismo. También apesta el celo de los columnistas y tertulianos de toda calaña en pedir restricciones más duras y castigos más ejemplares. Apesta la imagen de los guardias civiles desalojando botellones a porrazos.


La signataria de este Manifiesto sabe a ciencia cierta que la actual revocación de la libertad de expresión facial es sólo el preludio a revocaciones inminentes (y en muchos casos ya operativas), de la libertad de expresión tout court. Al mismo tiempo, la signataria de este manifiesto se educó en la creencia de que la única actitud moral ante la imposición de una norma inmoral es su desacato; y que ante un gobierno incapaz de recapacitar y contener la perfusión de la regla y de su demencia, el desacato no puede ser sino una iniciativa desde abajo. La signataria de este manifiesto cree que la estudiante que decide quitarse la mascarilla para seguir una clase en condiciones normales está demostrando más instinto de supervivencia política que todas las autoridades de la universidad en la que cursa.


La signataria de este Manifiesto considera que el nivel de autoritarismo de una medida depende del potencial de humillación al que expone a quien la sufre. Y que a su vez el nivel de humillación es directamente proporcional a la irracionalidad, a la idiotez, a la gratuidad de la medida impuesta: el síntoma más evidente de un statu quo de sabor totalitario no es la concentración de la autoridad en un vértice puntual, sino la perfusión de su ejercicio (y de las gratificaciones que lo acompañan) en una base amplia de nuevos ejecutores de la norma piramidal. En este momento, el sector de la cultura asiste atónito a la perfusión de este goteo de autoridades mínimas (y por ende del derecho avalado públicamente de imponer medidas estúpidas y humillantes) a los niveles más ínfimos de la gestión (aulas, escenarios, patios de butacas, taquillas, etc.). El acomodador que, repudiando el sentido común, alega órdenes e instancias superiores a la hora de imponer medidas cretinas de distanciamiento a personas que viven juntas y que volverán a juntarse en cuanto salgan de la sala, es una metáfora concentrada y paradójica de este goteo de prerrogativas autoritarias en todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas. A todos los miembros del sector (profesoras, artistas, gestoras, técnicas, alumnas, etc.) se extiende así la obligación de acatar y ejecutar ciegamente la demencia de la norma, so pena de ulteriores restricciones. Todos nos convertimos en "vigilantes de seguridad sanitaria" (lindo cuño perifrástico de la alcaldesa Colau). El Estado perdona la vida sólo a aquellos teatros y escuelas que interpretan con ortodoxia y purismo el guión de la liturgia inmunológica. Teatros y escuelas agradecen a su vez que se vea premiada tanta perseverancia. Y lo hacen declarando su potencia total de adecuación, en lugar de denunciar la impotencia, la mengua, la mutilación irreparable de sus contenidos y significados.


La dinámica de este goteo del ejercicio de autoridades extrínsecas y verticales (la imposición a las docentes, por ejemplo, de ser públicos oficiales a la hora de exigir el respeto de medida inmunológicas impuestas por el estado y totalmente ajenas a cualquier paradigma de autoridad didáctica) es claramente la usurpación: el mismo Estado que usurpa a las ciudadanas poderes que acostumbraban ser exclusivos de las ciudadanas mismas, concede a las ciudadanas voluntariosas el derecho obligatorio de hacerse con su parte de usurpación de poderes del Estado (negándoles de entrada todo derecho de desacato o de no imposición). Después reparte medallones de mierda. La diferencia entre despotismo y usurpación, decía De Maistre, es que si el despotismo obliga al silencio, la usurpación insta a hablar: su rasgo principal es la facundia del consenso, la indignidad de las colectividades aprobando, aplaudiendo, abrazando y reproduciendo el abuso.


La signataria de este Manifiesto considera que un Estado muy desorientado (o muy mal intencionado) está cediendo a la tentación pornográfica de desrealizar la parte de la dimensión pública que se halla al alcance de su administración; y termina condenando a los particulares a cargar con la restitución y reconstitución de esa dimensión pública. La infecciosa que firma este Manifiesto anhela gozar privadamente de este derecho de salvaguarda y ejercicio de lo público.


Esta misma infecciosa considera en suma que el Estado no tiene ningún derecho de arrebatar a los individuos la competencia moral de proteger su entorno de eventuales contagios; que los “rastreadores” de régimen son un inadmisible dispositivo de control y vulneración de los derechos a la privacidad y al ejercicio de facultades éticas inderogables, usurpadas en este momento por la administración. Esta misma infecciosa interpreta la moralización de la conformidad con las medidas gubernamentales (y las campañas de intolerancia que desencadena contra toda clase de disconformidad), como un rasgo inconfundiblemente totalitario.


La signataria de este Manifiesto no sabe aceptar que la enfermedad, real o potencial, se considere como un estado de culpa; ni que se exculpe de entrada cualquier falta a la moral, a la decencia, a la solidaridad, a la inteligencia o al sentido común hecha en nombre de la inocencia / obediencia inmunológica.


La signataria de este Manifiesto no entienden que en la escuela primaria se eduque a los niños a no intercambiar, a no tocarse, a no prestar, y a considerar a los demás niños como temibles fuentes de contagio; encuentra preocupante que un Estado pueda considerar este tipo de escuela como un sucedáneo útil de la escuela real, y no como su contrario; cree que el mismo malentendido se ha extendido a todos los sectores de la educación y de la difusión de cultura en la que los derechos de proximidad se ven vulnerados por un catálogo infinito de prevenciones.


La signataria de este Manifiesto opina que una Cultura que ha abogado durante décadas por el carácter somático y háptico de su cometido no puede acatar sin más, o considerar una aproximación aceptable, la mutilación gubernamental de cualquier realismo somático en los campos de actividad que la conciernen.


La signataria de este Manifiesto teme que la Nueva Normalidad no represente más que la normalización y cronificación de un paradigma antisomático de convivencia: una sociedad granular en la que la inhibición del contacto y de cualquier figura de la proximidad y de la transmisión valga como medicación preventiva contra todos los virus habidos y por haber; teme en suma que en un futuro la medicalización de la identidad fomente la censura y contención a priori del cuerpo y de sus desbordamientos, a fin de extinguir cualquier rastro de virulencia social.


La signataria de este manifiesto considera que el cuerpo de las ciudadanas no pertenece al Estado; que el deber estatal de garantizar curas y tratamientos, costeándolos con el dinero de los impuestos (regularmente invertido en ejército, monarquía, corrupción y picarescas bancarias) no le otorga al Estado ningún derecho positivo de actancia sobre el cuerpo y la carne de quienes cura; que la planificación médica de la cura no puede abaratarse preventivamente subsumiéndola bajo un programa de prevención sanitaria que se apoya en la intimidación política. La signataria de este Manifiesto no cree en la noción de coste social aplicada al uso que cada ciudadana o ciudadano hace de su cuerpo; opina que ese coste es siempre político, y que a abonarlo es invariablemente el conjunto político de la ciudadanía. El Estado biopolítico de cuño posmoderno, que chantajea a sus ciudadanas con la amenaza de no llegar a curarlas si no aceptan delegar en Él la propiedad, el uso y la gestión de sus cuerpos, es simplemente un Estado que encubre sus incalculables responsabilidades en materia de impreparación sanitaria. El Estado que trata a sus ciudadanos y ciudadanas como leprosos por defecto es un Estado gravemente enfermo. El Estado que promete a sus ciudadanas protegerlas y curarlas oprimiéndolas es un estado intensamente fascista.


La signataria de este Manifiesto afirma que, en condiciones de normalidad democrática, las decisiones que el Estado pueda tomar sobre el uso que las ciudadanas hacen de sus cuerpos y sobre las consecuencias de estos usos deben ser irrelevantes. Si, antes que tranquilizarla con medidas pragmáticas, realistas y de relativa estabilidad, opta por inculcar en la colectividad la incertidumbre, la precariedad, el miedo y el odio, es un Estado radicalmente incompetente que, como suelen hacer los Estados fascistas, compensa su incompetencia expandiendo competencias en ámbitos que le son ajenos. La anormalidad democrática (alias Nueva Normalidad) que el Estado cultiva con esmero en el imaginario colectivo, es de por sí un oxímoron: ni una democracia anormal o incompleta es democracia, ni la norma democrática puede excepcionalmente supeditarse a la normatividad sanitaria.


A quienes estén esperando recuperar las libertades abdicadas, la signataria de este Manifiesto recuerda que recuperar una libertad porque la "concedan" los mismos que se han permitido arrebatarla, no tiene ninguna dignidad ni moral ni política: esperar este tipo de libertad es de esclavos. Todos los demás se toman la suya sin esperar deliberaciones superiores.


La signataria de este Manifiesto recuerda que enfermar es un derecho; que también es un derecho asumir el riesgo de enfermar a cambio de prerrogativas y experiencias socio-afectivas, políticas, corpóreas y espirituales que ciudadanas y ciudadanos consideren más relevantes que este riesgo; y que si los datos estadísticos se manipulan e interpretan de manera que la posesión de anticuerpos – captada en pruebas de fiabilidad controvertida – sea incondicionalmente sinónimo de enfermedad y muerte, está claro que el Estado procura falsear a su propia ventaja la balanza ética de cada una.


La signataria de este Manifiesto constata con desasosiego la falacia política de las inversiones y tergiversaciones ratificadas por el tratamiento gubernamental de la pandemia. Primera inversión: persuadiendo a la población de que puede actuar contra la pandemia, los gobiernos apuntan a refrendar en la misma población un sentimiento de absoluta impotencia ante otros enemigos y factores dañinos. El resultado es que la gente asume como su único deber y su único poder dar guerra a un enemigo que tendencialmente se sustrae a todo embate deliberado o táctica objetiva – el virus – mientras sigue considerando imbatibles (y ahora mismo irrelevantes) los enemigos a los que sí debería y podría enfrentarse de manera pragmática y activa. Guerra total e inmediata contra la molécula cubierta de grasa – tregua indeterminada al capitalismo del shock –. Segunda inversión: persuadiendo al sujeto de que es potencialmente culpable de perjudicar hasta la muerte al prójimo al que toca, se le está implícitamente absolviendo de perjudicar hasta la muerte a todos los que no toca: la solidaridad háptica hacia el vecino ayuda a disimular la total connivencia de los inmunológicamente sensibles con dinámicas de producción que intoxican y aniquilan a todas las víctimas lejanas del neoliberalismo global. La signataria de este Manifiesto no cree en versiones miopes de ética y rechaza tanto la ética de kilómetro cero como la moralina del metro y medio solidario. Tampoco consideran que esta moralidad de andar por el pueblo sea realmente operativa en los términos establecidos por la administración pública.


La signataria de este Manifiesto no entiende el saludo con el codo y otras manifestaciones gestuales del folclore Covid; no entienden la creencia difusa de que tender la mano a los demás signifique contraer el virus; no entienden la Covid como peste bubónica (aunque sí como peste borbónica); no entiende que no se pueda dar la mano a los demás y, sin prisa, lavársela después; duda que los abrazos maten; rechaza el imperativo de segregación socio-afectiva de los frágiles. La signataria de este Manifiesto no entiende de fetiches, talismanes, amuletos gestuales y relacionales.


A quienes digan que no es un derecho “contagiar a los demás”, la signataria de este Manifiesto recuerda, una vez más, que aquello que fragiliza y deprime los sectores inmunológicamente deprimidos de la sociedad no es el contacto fantasmal con otros miembros de la misma sociedad, sino las campañas neoliberales de marginación, empobrecimiento y exclusión que el gobierno ha avalado durante décadas sin moralizar las responsabilidades inherentes, y sin siquiera manifestar una voluntad concreta de perseguirlas o inhibirlas. Esta total inhibición de lo social y de lo político tiene como objetivo prioritario no ya “salvarnos la vida”, sino exponernos de manera aún más incondicional a embates y maniobras neoliberales que se desinhiben sin ninguna restricción, y que resultan bastante más homicidas que el virus de moda.


Mecer al individuo en el mito de que lo primero y prioritario sea proteger a los abuelos del peligro que representa le disuade eficazmente de hacer lo que hay que hacer para proteger a los mismos abuelos de todo cuanto se gesta – en los fueros de la política, de la economía y del imaginario – para aniquilarlos concretamente.


A la mágica alegación "Ha habido muertos", invocada como límite de todo debate ético sobre la pandemia, la signataria de este Manifiesto responde recordando que la visibilidad de los muertos de Covid está siendo clave para garantizar la invisibilidad de muchos otros, que en ningún momento merecieron el drástico alistamiento moral de amplios sectores de la ciudadanía. La signataria de este Manifiesto tiene la sensación de que la gestión de la Covid refuerza la tendencia de la mayoría a ver drásticamente sólo lo que tiene el poder de desmovilizarla, evitando en cambio cualquier forma de drasticidad en relación con todo aquello – los muertos invisibles – que debería movilizarla. En este aspecto, mencionar a los muertos de Covid sirve sustancialmente para dramatizar una consigna de inacción, acato y resignación. A quien se escuda en este y en otros significantes-amos debería preguntarse si recuerda haber visto los muertos de pulmonía a los que, en años más inmunológicamente laxos, probablemente contagió la gripe; si, avisado de que conducir supone cierto factor de riesgo para la salud propia y ajena, se ha abstenido nunca de coger el coche; si le inquieta la salud de los nuevos esclavos que ensamblan el chisme con el que geolocaliza los focos de contagio en su ciudad. Y un largo etcétera de excepciones al mito de la inocuidad ética y somática.


La signataria de este Manifiesto acepta ser tildada de cínica por quienes consideran que una cosa no tiene que ver con la otra, alegando el tonificante principio de que la Covid es grande, nueva y sin precedentes. La signataria cree que atribuir a la Covid virtudes de absolutismo y excepcionalidad implica que ya se hayan aceptado como un evangelio – es decir, religiosamente – los estados de excepción decretados por las autoridades competentes.


A riesgo de parecer cínica, la signataria de este Manifiesto encuentra moralmente sospechosa la delicadeza unilateral; se pregunta si es más cínico relativizar las bajas por Covid o aplaudir al mismo gobierno que enciende sus focos mediáticos sobre esas bajas tras no haber movido un dedo para evitarlas; a una opinión pública repentinamente sensible hacia la fragilidad de los ancianos, recuerda que a diezmar a los ancianos fue el hecho de que estuvieran masivamente encerrados en zonas biopolíticas de exclusión llamadas residencias, con la connivencia de una opinión pública que había encontrado muy justificable aparcarlos allí; y que seguir manteniéndolos aislados, por su bien, en las mismas zonas de exclusión no es propiamente un acto ni de amor ni de inclusión. La signataria de este Manifiesto cree que la actitud penitencial de muchos a someterse a la humillación de la medida gubernamental es una forma ulterior de auto-absolución: de aquí que muchos consideren ahora mismo su propia obediencia ciega como una razón de orgullo moral.


A la alegación de que "la mayoría de los científicos aprueban y recomiendan las restricciones", la signataria de este Manifiesto contesta que la susodicha mayoría es un producto exquisitamente mediático. Y dando por sentado que la población escucha sólo a los científicos autorizados a expresarse en nombre del gobierno en los medios de masas, se pregunta si en esta escucha unilateral no anida un anhelo de la mayoría a dejarse manipular.


A riesgo de parecer cínica, la signataria de este Manifiesto considera que la convivencia comporta inevitables márgenes de incidentalidad. Pese a la retórica gubernamental, ningún político ha conseguido demostrar que las medidas surrealistas de distanciamiento y exclusión adoptadas hasta la fecha hayan conseguido limitar eficazmente la propagación del virus (eso sí: encerrarnos en casa ha consentido no colapsar su apocado arsenal de cuidados intensivos – minimizar la vergüenza de haberlo debilitado es la única preocupación humanista de toda la clase política). Por ende, o se acepta que la Covid es una incidentalidad que habrá pronto o tarde que integrar entre los numerosos riesgos de la convivencia, o se asume, con el gobierno, que el contagio por Covid es una consecuencia necesaria , incondicional y matemáticamente cierta de cualquier convivencia normal. La sociedad que opta por la primera hipótesis se concederá el lujo de cuidar de sus miembros débiles sin extinguirse como sociedad. La sociedad que decide creerse la segunda versión asumirá como una necesidad matemática el maximalismo de la solución propuesta por los gobiernos: su primer acto de idiotez colectiva será precisamente afirmar que el vigor de las medidas gubernamentales compensa... la idiotez colectiva.


La supervivencia fáctica de inquietudes inherentes a problemas de mayor envergadura y prioridad que la Covid, impulsaría a objetivar y relativizar el problema que la Covid representa de por sí. Las ciudadanas de países del tercer mundo que afirman preferir una muerte por Covid a una muerte por inanición, ejemplo drástico y aleccionador de este relativismo, son más realistas que nosotros. La signataria de este Manifiesto opina que la relativización del problema y el relativismo inherente representan todo cuanto los gobiernos de democracias presuntamente basadas en el estado de derecho procuran conjurar en este momento por todos los medios. La emergencia Covid les está permitiendo interpretar el estado de derecho como pasividad incondicional, y vendernos esta pasividad como el enésimo privilegio de occidente.


Asimismo, la signataria de este Manifiesto niega que haya elementos de heroísmo colectivo o de patriotismo en la desmovilización y desmotivación que los gobiernos han pregonado con campañas que invitaban a actuar quedándose en casa y absteniéndose de cualquier acción que fuera digna de llamarse tal. El único resultado político de esta tergiversación semántica es una colectividad granular, compuesta por el tipo de sujeto pasivo-agresivo que increpa desde los balcones a quienes pasean su perro: la emergencia Covid ha brindado impagables marcos de reflotación a un fascismo de baja intensidad y alta difusión.


La signataria de este Manifiesto no comparte el estupor de cuantos se extrañan de que la Cultura sufra protocolos inmunológicos infinitamente más estrictos que cualquier otro sector de la producción o del consumo: está claro que existe una conexión funcional entre cocientes de vigilancia tan dispares. Las autoridades desean que el consumo cultural y la creación remitan a favor del consumo y producción de mercancías. El gran énfasis gubernamental sobre la inmunodefensión biológica es totalmente funcional al aumento de la inmunodepresión espiritual, moral y política.


A quienes afirman que "el virus se ha añadido a los demás problemas y no puede ser ignorado", la signataria de este Manifiesto recuerda que, en el actual operativo del Estado, "el virus sustituye a los demás problemas y hace imperativo ignorarlos". La Covid ha ofrecido al Estado una ocasión irrepetible de escudarse en la Covid misma para justificar y desinhibir sus disfunciones sistémicas en todos los ámbitos que no sean la prevención chamánico-tribal del contagio. Todo esto convierte la emergencia Covid en una maniobra de enfoque eliminatorio, postergación de cualquier antagonismo, infantilización del colectivo, animalización del sujeto político, experimento antropotécnico.


Teatro infeccioso será el teatro sin restricciones, distancias y mascarillas (físicas y mentales) que avisará correctamente a sus usuarias adultas – artistas y espectadoras – de su infecciosidad, para que decidan libremente si asumir el riesgo de frecuentarlo, y acto seguido decidan libremente cómo y en qué términos proteger a sus familiares, amigos, conocidos, allegados, sin delegar esta competencia ética en ninguna comisión gubernamental, en ninguna autoridad municipal, en ningún komintern sanitario, en ningún rastreador, sabueso o "vigilante de seguridad sanitaria" a sueldo de la administración.


La signataria de este Manifiesto considera que el teatro y el aprendizaje no son para quienes subordinan la urgencia de ir a teatro o de aprender a la necesidad inderogable de que teatro, escuelas y universidades cumplan con todas las normas míticas de pureza y desinfección inmunológica.


La signataria de este Manifiesto, lejos de exigir que la cultura en vivo y el teatro gocen de excepciones específicas en materia de restricciones inmunológicas y terrorismo sanitario, consideran que no es competencia del Estado decidir en qué saberes, en qué placeres y en qué obligaciones morales cada una de las ciudadanas invierte su capital de inseguridad personal. Esta misma signataria recuerda que sólo en condiciones totalitarias (como la presente) la excepción es prerrogativa del Estado: en el mundo normal, la excepción es competencia de los individuos. El Estado no tuvo ningún derecho a condenarnos a morir solos y a decidir por los familiares que no podían invertir en un último abrazo el capital de inseguridad del que disponían. El Estado no tiene ningún derecho de protegernos de nosotros mismos. Esto se aplica a cualquier aspecto de la vitalidad somática, afectiva, espiritual, moral y política de cada uno. El sujeto determina la extensión de su margen de inseguridad – el sujeto decide en qué términos y lugares habitar este margen: en la cama, en un aula, en un bar, en un teatro, en la calle, en casa, o en todos estos escenarios.


La signataria de este Manifiesto cree que, a diferencia de cuanto predican las campañas disuasorias pergeñadas por las autoridades, la ecuación entre protegerse a sí mismos y proteger a los demás es generalmente falaz. La historia ha demostrado que los demás, por lo general, sólo se protegen aceptando cuotas más o menos elevadas de desprotección personal. Profesionalizar el ejercicio de este ejercicio de desprotección ética o de valentía (reservándosela a una sanidad debilitada y a una hueste de rastreadores) es un cinismo que tiene por objetivo desmoralizar la norma ética de la responsabilidad personal.


La signataria de este Manifiesto reivindica el derecho a organizar la inseguridad disidente, y declarándose peligrosa por defecto acepta el derecho de los auto-garantistas e inmunobsesionados a abstenerse de todo contacto físico con ella si consideran que el factor de riesgo es inaceptablemente elevado. Reconociendo en las relaciones afectivas el principal paradigma de una imprudencia razonable (y de un sentido común) que revoca el autoritarismo inmunológico, la signataria de este Manifiesto reivindica también la afectividad, la somaticidad, la incertidumbre, la privacidad compartida, la inseguridad estructural de la cosa llamada Cultura.


La signataria de este Manifiesto rechaza la penosa campaña gubernamental por la digitalización fáctica y simbólica de la experiencia cultural, y reivindican el paradigma analógico (y por ende impuro, infiel, inexacto, sucio e infecto) de todas las transmisiones, los contactos y contaminaciones que, física y simbólicamente, conforman el hábitat del arte en vivo y de la didáctica concreta.


La signataria de este Manifiesto considera que las actuales condiciones de consumo del espectáculo en vivo, y la esterilidad de esas condiciones, estudiada para impedir cualquier "transmisión" de lo que sea, reproduce en la sustancia, y con más incomodidad, el paradigma del consumo cultural telemático: que son en suma sólo la ulterior vuelta de tuerca de un programa gubernamental de control de la cultura en vivo, que consiste en asociar virtuosidad a virtualidad. El resultado del mismo programa es convertir la Cultura en un repositorio de virtudes sólo virtuales, y refrendar la idea de que volverse dócilmente virtual sea su mayor virtud inmunológica.


La signataria de este Manifiesto considera que, el día en el que se detenga a todo un conjunto de espectadoras, programadoras y artistas por el crimen de hacer teatro en condiciones teatrales  – y no digitales –, en un ambiente fecundo – y no estéril –, ese día, el teatro habrá quizá recuperado parte de su rol social, moral, político – y de su dignidad–. Consideran además que una denuncia o detención masiva de la apestosa comunidad teatral permitiría rastrear la diferencia entre servicio y servidumbre, entre publicidad y gubernamentalidad.


La signataria de este Manifiesto considera que frecuentar los teatros y las aulas en las condiciones actuales es como estudiar en laboratorio formas de relacionalidad, corporeidad y humanismo que pertenecen a fases superadas, anacrónicas e infecciosas de la historia de la civilización; y negándose a que el teatro y la escuela sean experiencias arqueológicas, se niega a aceptar esta ausencia de sincronismo orgánico, esta discrepancia de mundos somáticos entre los estatutos corpóreos de los espectadores y los estatutos corpóreos del espectáculo.


La signataria de este Manifiesto opina que un teatro abierto con cinco espectadores presentes, cercanos, sin vigilancia ni turnos, sin deferencia ni miedo es cultural, política y espiritualmente más esperanzador que un espectáculo en streaming con miles de usuarios.


La signataria de este Manifiesto subraya que la universalidad del espacio público y sus prerrogativas de actancia (las condiciones y lugares en los que ser público es una acción: arte vivo, aprendizaje y protesta) no se da por defecto, sino por exceso y a posteriori: existe público donde los particulares deciden constituirse como público, que es una acción deliberada y hasta cierto punto (los particulares deciden cuál) artificiosa. Consiste entre otras cosas en preferir la culpa activa a la inocencia pasiva, la impureza crítica a la pureza consensual. Naturalizar aquella operación (convirtiendo todo lo público en un a priori universal) ha permitido medicalizarla y neutralizarla; y conjurando el artificio y la deliberación que permiten al conjunto de los particulares imaginarse y actuar como público, depararles un banquete de mierda y pasividad. Eso sí, en ambiente estéril.


Roberto Fratini Serafide

Barcelona, 23 de octubre de 2020



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