Parece, pues, urgente, establecer unos criterios claros respecto a dos conceptos relacionados como los de dramaturgia y texto dramático, con el que la dramaturgia tiene una relación mucho más compleja de lo que podría parecer.
Dramaturgia: una definición
En cualquier caso, y pensando en el uso que le daremos, el concepto de dramaturgia quedaría mejor encuadrado bajo un concepto más amplio de poética teatral. Y es evidente que toda dramaturgia debe estar atenta a todo lo que tenga que ver con el proceso de creación teatral, desde el surgimiento mismo de la idea, hasta el momento mismo de la representación, cuando el proceso, gracias a la colaboración del numeroso elenco de profesionales llega a su fin convertido, como producto final, en espectáculo.
Lo que me interesa destacar es que detrás de cada gesto, de cada objeto, de cada palabra, de cada sombra, de cada pirueta y payasada, de cada composición plástica, es decir, tras cada uno de los elementos escénicos que componen obra, hay (o debería haber) una densísima trama conceptual que los sustenta. Es precisamente esta trama conceptual, apoyada en las tramas narrativa, emocional y sensorial, lo que yo entiendo como dramaturgia. O, dicho en otras palabras:
Dramaturgia es el denso entramado conceptual, narrativo, emocional y sensorial a partir del cual surgen todos y cada uno de los elementos escénicos que componen la obra, incluido el texto dramático.
Es importante no olvidarse de este hecho y es importante no confundir este proceso con el de la escritura. Quien haya asistido a un proceso de ensayos, conoce perfectamente la cantidad de palabras que preceden a y envuelven cada decisión escénica. Este ir y venir de las palabras, este tejer y destejer de las ideas en capas superpuestas de estructuras conceptuales, narrativas y escénicas, esta construcción evanescente de la imaginación que se concreta en la totalidad de los elementos que quedan dentro del espacio de significación que es el escenario, eso es lo que justamente entiendo por dramaturgia.
Vista de este modo, resulta evidente que la dramaturgia supera con mucho el simple proceso de escritura, que es sólo uno de los tramos (no necesariamente el primero) en los que se aplica esta forma de pensamiento. La dramaturgia es, además, un proceso colectivo de reflexión en el que se acumulan las ideas de todos los que han participado en él. El destino final del proceso se ubica en lo que llamo "espacio de significación" y que es el lugar donde ocurre todo (el escenario) y donde cada cosa, ante los ojos del espectador, tiene la única función de significar (y donde todo lo que no significa no es más que ruido). En definitiva, la dramaturgia (muy lejos de ponerse al servicio del texto, como a veces se suele decir) se pone al servicio exclusivo de impactar sobre el público, de golpearlo tanto intelectual como sensorialmente de la forma más directa posible con el objetivo de transformarlo (discutiremos en otro momento el concepto de catarsis, uno de los conceptos más controvertidos de la historia de la teoría dramática).
El texto dramático: una definición
El concepto de texto, en sentido etimológico, proviene de la palabra "texere", tejer, y lo que se teje son, obviamente, las ideas que luego se reducen a palabras. Ideas entendidas en su sentido más amplio, como conceptos puros o como imágenes y representaciones recogidas del mundo de la experiencia y reelaboradas en el de la imaginación. En el proceso de emisión / recepción, la concatenación de las palabras, sea de forma oral o escrita, tiene como único objetivo facilitar, en la mente del receptor (lector u oyente), la reconstrucción, siempre aproximada e imprecisa, del entramado de ideas que había en el origen. En ningún caso las palabras son anteriores al universo de sentido. En ningún caso las palabras contribuyen a nada más que a evocar el universo de sentido original. La eficacia con la que las palabras recogen y evocan el universo de sentido original es lo que verdaderamente nos conmueve (y hasta nos conmociona) en la literatura, sea cual sea la forma que adopte la palabra.
A diferencia de la poesía, que casi se diría que observa con lupa el universo de sentido en el que detiene su mirada y en la que la palabra alcanza su máxima pureza, y de la narrativa, que busca una reconstrucción del complejo universo de la experiencia humana y en la que la palabra es el único elemento de la expresión y recoge la totalidad de todo lo que quiera transmitirse, el teatro hace que el texto se componga fundamentalmente de alocuciones –en forma de monólogos y diálogos–, mientras que las acotaciones –cuando los hay– suelen dar sucinta referencia de las acciones y del resto de elementos escénicos. El texto teatral, pues, se limita a recoger una parte de todo lo que quiere transmitir y no desarrolla –o no desarrolla de forma literariamente detallada– una parte muy relevante de lo que el público acabará percibiendo. Quizás haya llegado pues el momento de intentar una definición del texto dramático:
El texto dramático es la urdimbre conceptual, narrativa, emocional y sensorial recogida en palabras –diálogos, monólogos, acotacions– de lo que posteriormente será el evento escénico.
De todo ello se deduce un extenso proceso de pensamiento anterior a la fosilización en forma de texto. Y también que, en el proceso que lleva hasta la concreción escénica, son muchos los procesos de reflexión que hay que abordar.
La dramaturgia posterior al texto dramático
En "Lingüística y poética" (1)
George Steiner dice que "la literatura es lenguaje, pero lenguaje en estado especial: un estado de total significación". Este estado de total significación es, sin duda, aplicable al texto teatral, pero también es aplicable a cada uno de los elementos escénicos que no tienen cabida (no siempre pueden tener cabida) en la obra escrita. Precisamente en este estado de total significación que Steiner detecta en la literatura descubrimos al menos un paralelismo con el proceso de dramaturgia posterior (a veces simultáneo) al surgimiento del texto dramático.
Total significación (tal como la concibe Steiner, en el sentido más trascendente) sería la búsqueda (casi podría decirse la conquista) de las reverberaciones últimas del lenguaje. Total significación vendría a ser, al final, el recuento del mundo tal como lo concibe la sociedad en que tal suceso tiene lugar (2). Es, en definitiva, la totalidad del conocimiento humano.
Leída así, la total significación es más una aspiración de la crítica (no sólo literaria), que de la dramaturgia. La crítica se sitúa al otro lado del proceso de emisión, trata de establecer la maraña de vínculos de todo tipo entre el objeto de su comentario y el universo del imaginario, entre su objeto y la sociedad donde y para la que éste ha sido creado. Cualquier punto de vista que se quiera y pueda adoptar (histórico, sociológico, estético, filológico, filosófico, económico, político, psicológico...) aporta sin lugar a dudas una nueva cara al poliedro de la mirada social.
Aunque la dramaturgia habita este territorio inalcanzable del conocimiento y a menudo lo recorra en todos los sentidos, a veces de forma errática, en busca de las perlas del pensamiento, no es eso, obviamente, lo que busca la dramaturgia. Lo que sí busca es armar el mecanismo que permita desencadenar esta total significación. Es lo que buscará el texto dramático, pero también, y en cada una de sus partes, la puesta en escena: lo buscará el director, como responsable último del mensaje que se emite desde el escenario; lo buscarán, cada cual desde sus propios medios, el escenógrafo, el diseñador de vestuario, el de luces, el compositor cuando los hay, el creador del espacio sonoro cuando la música es sustituida por ruidos, el dramaturgo (sea o no el autor de la obra que se represente y si es que éste interviene en el proceso); lo buscan todos y cada uno de los actores desde el personaje que han de encarnar... A lo largo de todo este recorrido, en este esfuerzo extraordinario de pensar un único objeto desde lenguajes totalmente diferentes, se verifica, en efecto, el proceso de dramaturgia.
Un proceso de dramaturgia que comparte el mismo territorio que la crítica, pero que se deja guiar por la intuición creativa, por el mismo gusto de crear, por las certezas indemostrables como lo es la de creer conocer qué es lo que desea el público, por los hábitos intelectuales y estéticos de una sociedad, por el capricho y la curiosidad. Tras la personalidad de un creador late siempre un complejo universo imaginario que es magmático, impulsivo, inconsciente. Ante tanto fuego de artificio, lo único que intenta la dramaturgia es poner un cierto orden en el caos y el desconcierto. Organizar las perlas y las piedras preciosas de tal manera que resulten una joya excepcional.
Pablo Ley
13.3.2020