Sin embargo, en la búsqueda de estructuras de subtemas / personajes posibles, hay un esquema que tiene una aplicación bastante generalizada y es el de los ejes temporal y jerárquico.
El eje temporal (horizontal) nos serviría para situar conceptualmente el devenir de las generaciones y, de hecho, son muchas las obras que articulan su estructura de personajes contraponiéndolos por edades. El esquema básico sería (comenzando por los más mayores para seguir la dirección de la flecha del tiempo): ancianos-adultos-jóvenes. Pero podríamos afinar un poco más en el objetivo de visualizar las cualidades asociadas a las diferentes edades y, la división, tal vez, sería esta: ancianos (70-90), adultos en tránsito a la vejez (50-70), adultos en la plenitud (30-50), jóvenes (20-30), adolescentes (15-20), preadolescentes (10-15), niños (1-10). Los cortes son obviamente arbitrarios, y podríamos afinar aún más. No es lo mismo un hombre de 70 que uno de 90. No es lo mismo un adulto de 30 que uno de 40 o uno de 50. No es lo mismo un joven de 20 que uno de 25 o de 30. La vejez se asocia a veces a la sabiduría, otros al deterioro y a la demencia (pensemos en el Rey Lear... la pérdida de la sabiduría del cual lo lleva a la locura). La edad adulta está asociada a la acción, el poder y la acumulación progresiva de experiencia y es en los personajes situados en estas edades donde suele recaer el peso mayoritario de los conflictos. Pensemos, sin embargo, en las diferencias que hay entre un hombre de acción, un militar, por ejemplo; o un hombre de poder, un político; o un hombre de conocimiento, un científico, un artista. Tratemos de hacer un repaso de los personajes que nos vienen a la memoria... Edipo, Creonte, Tiresias... Ricardo III, Otelo, Macbeth, Hamlet, Romeo... Treplev, Trigorin... La edad determina en gran medida la psicología, pero aún determina con más contundencia la rotundidad de los valores conceptuales que encarna el personaje.
He dejado al margen, de momento, los personajes femeninos porque en la literatura dramática clásica, decididamente patriarcal, el valor que encarnan las mujeres está directamente asociado a la fecundidad o a su negación y, en este sentido, su presencia apunta siempre hacia las posibilidades de futuro (o no). La madres con hijos mayores apuntan desde el pasado (ellas mismas) hacia el presente (sus hijos). Pensemos en Hécuba. Las mujeres jóvenes, casadas o no, madres o no, fértiles o no (voluntariamente o no) apuntan a la posibilidad, o no, de alcanzar el futuro. En este sentido, la madres jóvenes se asocian siempre a los hijos pequeños, que son claramente una forma de designar el tiempo por venir y que difiere notablemente si se trata de un niño (futuro) o de una niña (generadora futura del futuro) . Pensemos, por ejemplo, en la confrontación entre Lady Macbeth y Lady Macduff, que no llegan a encontrarse en la obra, pero que funcionan en oposición una respecto de la otra: Lady Macduff como mujer-madre, con todo el valor conceptual que comporta como generadora de futuro; Lady Macbeth como anti-madre (es de una brutalidad excepcional la afirmación que hace ser capaz sacarle al propio hijo el pezón de la boca para aplastar la cabeza si así lo hubiera jurado) con todo lo que comporta como aniquiladora de futuro. Aún así, el valor de las mujeres (asociadas a sus maridos e hijos) en la literatura dramática es lo suficientemente complejo como para dedicarle un apartado a desglosarlo completamente en futuras entradas.
El eje jerárquico (vertical)
plantea la posibilidad de establecer gradaciones entre los valores positivos y los negativos (poder / subordinación; bondad / maldad; clases sociales; grados de conocimiento, etc.) y permite, en este sentido, afinar más en las apreciaciones que hacemos de los personajes.
Un esquema especialmente fascinante aparece, por ejemplo, en La tempestad, de Shakespeare, que tiene una estructura de personajes que parece particularmente embrollada hasta que se colocan todos los elementos de la pieza en este esquema de doble eje temporal / jerárquico. El esquema sería éste:
De hecho, la obra comienza con la tormenta en la que naufragará la nave donde navega Alonso (A), Rey de Nápoles, con su corte y su hijo Fernando (F). La metáfora del barco en referencia a la sociedad y su gobierno es una metáfora que ya utilizaban los griegos, y el naufragio, obviamente, no puede simbolizar otro cosas que el mal gobierno. Por su parte, la tormenta (que Shakespeare utiliza en varias de sus obras, Otelo, Pericles, por ejemplo) sería la metáfora del embate de los conflictos imprevisibles que depara el tiempo.
Pero en este caso no se trata de una tormenta normal. Es una tormenta provocada por Próspero (P), que actúa como demiurgo con la ayuda de Ariel (A), un espíritu al servicio del mago. Y el naufragio funciona, dramatúrgicamente, como una suspensión del tiempo. Todos los personajes del barco del Rey de Nápoles se dispersan por la isla y todos intentarán satisfacer, de una manera u otra, sus bajas pasiones de poder. Lo que se pondrá en evidencia a lo largo de las peripecias vividas por todos ellos en la isla es el grado de corrupción y vicio que dificulta el buen gobierno del barco / sociedad, que en la confusión del viaje quedaba encubierto por trajín del día a día .
Tenemos, por otra parte, los personajes de la isla, que conforman el eje vertical. En el centro del esquema Calibán (C), el hombre al margen de la civilización, el salvaje impulsado por sus instintos más primarios. Ya hemos dicho que Ariel (A) es un espíritu, pero es un espíritu que (antes de la llegada de Próspero) ha sido esclavizado por la bruja Sycorax (S), que es la madre de Caliban. Si Ariel, ser sobrehumano, apunta hacia el mundo espiritual y tiende al bien y, en última instancia, a Dios (D), la bruja Sycorax (muerta y enterrada) apunta hacia el mundo carnal, tiende al mal y, en última instancia al diablo (d) (1). Sycorax, no hay que olvidarlo, es la madre de Caliban y es la causa de su inclinación al mal.
Próspero, cuyo nombre apunta indefectiblemente hacia el futuro, tiene una hija, Miranda (M), que reafirma la idea de futuro. Ellos dos son los habitantes de la isla. Próspero simboliza la sabiduría, la capacidad de modificar las cosas con sus conocimientos y su voluntad de obrar guiado por el bien común. Miranda (mujer y virgen) simboliza la capacidad de acceder al futuro pletórico. Es justamente lo que hace posible Próspero haciendo que Miranda –que sólo había tenido contacto con el hombre-bestia, Caliban, quien había tratado de violarla– conozca al hijo del Rey de Nápoles, Fernando (F) y se enamore de él.
Curiosamente, el barco naufragado no se ha hundido. Ariel se ha encargado de llevarlo intacto al otro lado de la isla. En el momento que el tiempo vuelve a ponerse en marcha, todos los personajes que iban en el barco vuelven a embarcar, con Próspero y Miranda (sabiduría y futuro), momento en que el orden moral, social y político ha sido restaurado y el futuro queda abierto con el enlace matrimonial de Miranda y Fernando. El mar en calma representa naturalmente el fin de los conflictos.
Creo que con este ejemplo de La tempestad
resulta bastante evidente que un esquema lo suficientemente explicativo nos ahorra un cúmulo de palabras –articuladas en un relato largo y enrevesado– para explicar lo mismo.
Pablo Ley
28.3.2020