Esto es evidente en el teatro que adjetivamos como dramático. En el teatro post-dramático, donde la misma acción dramática es puesta en cuestión, el personaje aparece sometido a ciertas condiciones que van desde la anulación del personaje como tal a transformaciones y alteraciones de muy diversa índole. La pregunta sobre el personaje debería trasladarse desde el texto y desde el escenario a las formas de apropiación de la realidad por parte del público, porque en respuesta a la simple aparición escénica de un actor –a su físico, su actitud y expresión, la ropa que lleva, las acciones que hace– desencadena una serie de preguntas que generan inmediatamente una narración: quién es, qué hace, que quiere, de dónde viene, adónde, con quién está aliado, a quién se opone, qué posibilidades tiene de alcanzar el objetivo... una respuesta negativa a todas estas preguntas nos devolvería una imagen de un ser sorprendentemente trascendente.