2.
Empieza aquí el segundo ejercicio, con la aproximación al análisis energético de la pieza. Entendida de esta manera, la energía es muy simple, muy fácil de determinar y definir secuencia a secuencia.
Primera secuencia en una taberna de mala muerte (tanto es así que, en una primera impresión, muchos consideran que probablemente se trata de una mazmorra y el personaje que sale debe ser el carcelero). Las escaleras oscuras, sucias, iluminadas por la luz trémula de la antorcha que instantes antes ha atravesado, de parte a parte, la pantalla para borrar la negrura, las letras y la música. Sólo un rumor sordo de voces nocturnas deja intuir que se trata de una taberna o posada con habitaciones para los huéspedes.
Aparece primero el rostro del tabernero (en el que me detengo para determinar qué es lo que leemos en las facciones sólidas, en la poderosa calva, en la piel brillante, el cabello despeinado, la barba mal afeitada, la musculatura, a pesar de ser un hombre ya de cierta edad). Después aparece el rostro de un personaje más joven, más peligroso, viril (o violento), que va sucio (pronto sabremos que acaba de llegar de provincias a París), cuyo rostro –y la postura de la cabeza y del cuerpo– delata desconfianza y miedo. Esta "energía" oscura que impregna la escena y los personajes de una "emoción" inquietante y que se elabora mientras los dos personajes suben las escaleras, cambia con la repentina aparición del protagonista, que los alumnos identifican de forma inmediata e inequívoca: un tipo atractivo (el actor francés Vincent Perez), con el torso desnudo, cuya aparición coincide con un sobresalto que (en la ficción) lo asusta a él y (en la realidad) nos asusta a nosotros (los espectadores). Vincent Perez duerme completamente cubierto con la sábana sucia cuando el hombre que ha subido con el tabernero se sienta en la cama. Vincent Perez, asustado, lanza un aullido, aparta de golpe la sábana y, saltando de la cama, se precipita sobre su espada en una acción rapidísima. La acción tiene el fin de, sobresaltando al público, alertarle de que acaba de suceder algo importante. La atmósfera oscura, conspirativa, continúa con el inicio de una pelea que el tabernero impide. Los dos hombres, forzados a compartir cama por la avalancha de forasteros que han acudido a París a las bodas de la futura Reina Margot, se acuestan finalmente sosegados, aunque no muy contentos después de haber descubierto que uno es hugonote y el otro católico. Y es entonces cuando hablan de Margot, que el hugonote, predestinado a ser su amante, insulta llamándola "Margot, esa puta", palabras que desencadenan inmediatamente una música angelical de voces blancas y sonoridad de iglesia que anticipan el cambio de plano, que es cuando aparece, bellísimo, aunque de expresión cruel (definido con muchos de los rasgos con que Walt Disney compuso la Madrastra de Blanca Nieves), el primer plano del rostro de Isabelle Adjani, la Reina Margot, arrodillada ante el altar de la catedral, rodeada de obispos, el día de su boda, junto a su futuro esposo, el hugonote Enrique de Navarra.
Leída así, la energía se compone de dos aspectos. El primero es el de los impactos –el fuego que borra la noche, el sobresalto casi excesivo de Vincent Perez, la aparición del rostro de Isabelle Adjani– que van marcando los cambios de atención y renovando el interés del público, como si fueran puntuando el contínuum narrativo. El segundo aspecto es el tono, el color, la atmósfera, lo que cabría definir como continuos senso-emocionales, es decir, una misma luz, una misma música, un tono emocional sostenido que, de repente, se rompe por un nuevo impacto senso-emocional que lo transforma, a veces sólo ligeramente (como ocurre cuando, después del sobresalot de Vincent Perez, continúa el tono oscuro de la taberna), otros totalmente (como cuando aparece el plano impresionante, lleno de joyas, del rostro bellísimo de Isabelle Adjani, bañado en música celestial).
Toda la película tiene numerosos ejemplos de esto que acabo de explicar. Los cambios atmosféricos senso-emocionales son muy claros, con contraposiciones muy diferenciadas, y los golpes de efecto (los impactos) son frecuentes y muy precisos.
Pero lo más interesante del análisis de La Reina Margot
es ver cómo estas secuencias senso-emocionales van incrementando su energía hasta alcanzar el paroxismo. Y es aquí, en su paroxismo, donde los impactos y las atmósferas senso-emocionales son más evidentes.
La narración, en efecto, va adentrándose progresivamente en el enfrentamiento entre católicos y protestantes. Poco a poco va anticipándose la tragedia. Pero, cuando ésta estalla, supera todo lo previsible. Las secuencias de masacre son sencillamente espeluznantes, con algunas imágenes que, sin poder evitarlo, te obligan a cerrar los ojos (y, en los casos más exagerados, aunque no infrecuentes, a retorcerte en la silla). Luego empiezo a ver cómo los alumnos se tapan la cara, hacen muecas de horror y de asco, o incluso sueltan gritos y gemidos, detengo la película y afirmo: "Esto, precisamente eso, es la energía "(o, mejor dicho, los efectos de los impactos senso-emocionales sobre el público).
Con todo, habría que matizar mucho más la idea. Lo que me interesa es la evidencia de que pensamos con todo el cuerpo, de que nuestra respuesta emocional puede llegar a ser muy intensa, de que lo que nos mueve puede no tener nada que ver con las palabras (y que, a menudo , las palabras tienen un efecto atenuante de la reacción emocional desenfrenada). [Sé, por otra parte, que las palabras generan respuestas que pueden llegar a ser vivísimas... es, por ejemplo, el caso Bram Stoker y su Drácula... una lectura que yo, sencillamente, no podía hacer de noche porque el terror me resultaba insoportable, casi paralizador... pero ¿hasta qué punto la noche no formaba parte de la atmósfera senso-emocional de la lectura?]
La energía es lo que nos remueve emocionalmente, pero que no tiene por qué ser brutal (como es el caso de las escenas violentas de La Reina Margot), sino que puede ser alegre, sutil, solemne, erótica... (como ocurre en muchas otras escenas de la misma película). Y lo mismo ocurre con los impactos.
La energía, pues, termina articulando una estructura, ajena en principio a los aspectos conceptuales (o en la que lo conceptual queda engarzado), que facilita el desarrollo y crecimiento de la pieza dramática. Los conceptos son, en definitiva, arrastrados por la corriente energética.
En el próximo artículo, trataré de seguir analizando todos estos aspectos en torno a Tito Andrónico, que –tal como la veo– es la obra en la que Shakespeare descubre, siendo muy joven, la estructura energética o, como mínimo, experimenta con una forma de narración escénica a golpe de impacto senso-emocional basado en la violencia más descarnada (y en la que la superestructura conceptual juega un papel muy secundario, cosa rara en Shakespeare).
Y también hablaré del juego de expectativas y verificaciones que permiten lo que llamo una hipótesis de totalidad, la explicación teórica de la cual hace muy poco que he incorporado a mi cajón de sastre de las herramientas dramatúrgicas.
Y también me gustaría hablar de los barcos de vela y, ya puestos, de La Isla del Tesoro, uno de mis libros favoritos desde la infancia, que utilizo para hablar del diferente valor de la energía y de la palabra.
Pero eso será otro día.