De hecho, esta idea –la del orden subyacente– traduce una convicción (que no deja de ser una simple creencia) respecto a que vivimos en una sociedad compleja, pero convenientemente ordenada y jerarquizada, incluso cuando somos incapaces de entenderla en su globalidad. Creemos (con la ingenuidad de una fe casi religiosa) que los historiadores, los geógrafos, los economistas, los sociólogos, los antropólogos, los politólogos... y, por encima de ellos, el conjunto de los grandes intelectuales y la élite de los hombres de Estado la entienden y son capaces de intervenir en todo momento de forma adecuada. Pero en el fondo no nos queda más remedio que reconocer que desconocemos la mayoría de las partes que la componen así como el detalle de los mecanismos que permiten su articulación funcional.
Y aquí me gustaría reclamar la atención del lector sobre los años de la creación de Metrópolis
y recordar que en 1916-1917, mientras George Grosz pintaba su cuadro, el mundo civilizado se enfrentaba encarnizadamente en una Gran Guerra que destruyó el espejismo del progreso y abría uno de los periodos más salvajes (y también más fascinantes) de la historia del mundo que concluyó con otra guerra, la Segunda guerra Mundial, que costó 50 millones de muertos, y terminó con tres metáforas demoledoras: Auschwitz como metáfora de la ciega eficacia organizativa de la sociedad moderna; Hiroshima y Nagasaki como metáfora del inmisericorde poder de la ciencia; la Unión Soviética de Stalin como metáfora de la justicia social en un aterrador Estado igualitario. Mientras George Grosz pintaba su cuadro, el mundo se derrumbaba sin orden ni concierto en la peor de las confusiones. En el caos de la guerra, la presunción del orden subyacente quedaba borrada en el fracaso absoluto de toda idea de sociedad.
Hay, pues, un factor constante de improvisación y de imprevistos que hace que las predicciones resulten a menudo sencillamente imposibles. Y de hecho es el caos, el conflicto perpetuo, la ausencia constante de una globalidad ordenada y jerarquizada lo que, quizá, caracteriza realmente el mundo. Convivimos con el caos y la destrucción con una naturalidad y un cinismo sencillamente admirables.
Lo que me interesa de este intento de definir la superestructura es justamente lo que dice sobre "los reflejos de toda estas luchas reales en el cerebro". De hecho, no hay otra manera de entender el mundo (las luchas reales) sino en el propio cerebro de quienes lo contemplamos o, mejor aún, de quienes participan en las luchas reales que ocurren en él. No hay más realidad que la que nos ocupa y preocupa individual y colectivamente.
El mundo exterior del hombre en sociedad parece, pues, estar compuesto, en parte, por la infraestructura (Basis
en alemán) y, en parte, por la superestructura (Überbau) que identificamos con las formas materiales de la cultura (es decir, los elementos materiales que soportan el significante al que, leído adecuadamente, le corresponde un significado que, una vez más, está sólo en el cerebro de quien lo lee).
Pero en la metáfora en la que se basa Engels, surgida de las palabras alemanas Basis
y Überbau, lo que se elabora es una imagen mental mucho más rica que la de los conceptos, demasiado precisos, de infraestructura y superestructura. Basis
y Überbau
hacen referencia directa y clara a la construcción: Basis
transmite la idea de una base (o fundamento) sobre la que se construye; Überbau
puede, en efecto, referirse a la construcción (Bau) que se ha hecho sobre (über) esta base (de donde derivaría el sentido de superestructura), aunque también puede hacer referencia a los elementos que completan la misma construcción (por ejemplo, los voladizos de una fachada o un tejado) e, incluso, puede llegar a leerse como los elementos decorativos (es decir, no necesariamente estructurales) que están, justamente, sobre (über) la construcción (Bau). La conclusión inevitable es que la imagen mental que aparece con las palabras Basis
y Überbau
no está compuesta de dos elementos, sino de tres: Basis-Bau-Überbau
y esta tríada nos llevaría a pensar en a) una base económica, b) una estructura social, c) una superestructura ideológica y cultural.
En todo caso, y curiosamente, a esta tríada formada por los tres elementos Basis-Bau-Überbau
hay que añadirle un cuarto elemento móvil como es el de los hombres (en alemán, die Menschen, palabra neutra, es decir, sin género, que permite referirse al ser humano) que viven y luchan sobre esta base (a), al tiempo que habitan y modifican la estructura social (b) y se sirven de la superestructura ideológica y cultural para interpretar, discutir y modificar la base económica y la estructura social (c). De este modo, esta construcción que, como toda construcción, aspiraría a la permanencia, la perdurabilidad, vive en constante transformación.
Dicho esto me gustaría que volvierais a mirar el cuadro de George Grosz y tratarais de discernir lo que, en cada caso, corresponde a los conceptos de Basis, Bau, Überbau
y Mensch. (Y que después volvierais a mirar también, con los mismos ojos críticos, la fotografía de Tokio.)
Lo que se desprende de todo esto es que el mundo exterior funciona como un gran significante inalcanzable cuyo significado debemos construir entre todos aportando las informaciones necesarias que nos permitan tener, individual y colectivamente, la sensación de controlar hasta cierto punto la totalidad. (5)
La cultura, el Überbau, y con ello me refiero a todas las formas de cultura y a sus realizaciones concretas, aporta los elementos necesarios para la comprensión y uso del mundo en el cerebro de los participantes.
¿Cómo funciona la cultura? ¿Cómo se produce el paso de la creación individual a la socialización de la cultura y del arte? ¿Podemos hablar del mundo como de un significado global? Las realizaciones culturales, ¿no son, después de todo, el despliegue de los subtemas de un único tema global que los subsume a todos?
Son preguntas que intentaré responder paso a paso, pero lo haré, poco a poco, en los próximos artículos.