2.
Volvamos aquí al ser humano inmerso en el caos sígnico de la sociedad contemporánea, para constatar, con nostalgia, que el entorno tribal original debía ser perfectamente comprensible para el individuo en la medida que podía alcanzarlo por sus propios medios de exploración y experimentación. Son las reestructuraciones sucesivas del entorno, a medida que el grupo se desdobla y su articulación se hace cada vez más compleja lo que aleja del individuo la comprensión inmediata.
Cabría, pues, entender el contenido social global precisamente como las múltiples interpretaciones, incluso antagónicas, de un modelo espacial funcionalmente concebido. Toda interpretación depende del punto de vista del individuo dentro de la articulación de las sucesivas y cada vez más complejas estructuras de base entendidas como significantes que hay que interpretar constantemente con el fin de orientarse y sobrevivir.
Y, si esto es así, no hay razón para no poder analizar el universo social (en su máxima amplitud) como un conjunto de sintagmas espaciales (aproximadamente y esencialmente idénticos) articulados sucesivamente en unidades sintagmáticas mayores (cada una de ellas siempre aproximadamente y esencialmente idéntica al resto, en el mismo nivel jerárquico). Los sintagmas menores vendrían a constituir una equivalencia del entorno tribal
y serían por sí mismos comprensibles para cualquier individuo de la colectividad, mientras que los sintagmas mayores conformarían las articulaciones socio-políticas y económicas más elevadas y abstractas.
Simplificando radicalmente este planteamiento, me refiero, por ejemplo, a que varios grupos tribales conforman una tribu y que varias tribus pueden unirse para constituir un sintagma superior y así sucesivamente –junto con todos los cambios y transformaciones sociales necesarios– hasta alcanzar lo que en la actualidad entendemos bajo el concepto de Estado o, aún más, hasta alcanzar la reunión Estados que es, sin ir más lejos, esta Unión Europea a cuya crisis asistimos (porque debe articular y armonizar unidades administrativas , territoriales, económicas, militares... que, de base, no son en absoluto comparables).
Más allá del espacio que podemos experimentar por nuestros propios medios y la experiencia del cual podemos compartir en el seno del grupo (tribu) a través del lenguaje, hay lo desconocido, es decir, el espacio de los miedos, los mitos, la religión. De hecho, a la hora de pensar el mundo no podemos detenernos en los límites del mundo conocido y nos vemos impulsados a abarcarlo todo, hasta los últimos confines del universo.
Existen, de hecho, tres ámbitos que deben tenerse en cuenta y que resultan claramente diferenciables: 1) el ámbito de la propia experiencia; 2) el ámbito de las experiencias compartidas (mediante –sobre todo, pero no de forma exclusiva– el uso de la palabra y que, gracias a la escritura, podemos retrotraer varios milenios hacia el pasado); 3) el ámbito que se sitúa más allá de cualquier experiencia aconsejable (los lugares lejanos y peligrosos de los que nos reportan noticias los aventureros: el siglo XIX exploró los límites de la geografía de nuestro mundo, el siglo XXI lo intentará con el sistema solar) o de cualquier experiencia posible (la muerte es, probablemente, el ámbito que se sitúa de forma más claramente irrevocable fuera de toda experiencia personal o social posible, de ahí que resulte uno de los grandes ámbitos de la especulación metafísica y religiosa a lo largo de los siglos).
La cultura, toda la cultura con todas las formas posibles entre las que hay que contar el teatro, se sitúa en los ámbitos 2 y 3, en el de las experiencias compartidas y en el del más allá, la búsqueda de los límites y la exploración de los miedos. Lo más impresionante de todo esto es descubrir, como descubría mi personaje obsesionado por la extinción del ser humano, que a fin de cuentas el mundo, aquel mundo que al principio incluso a él le parecía sólido, no era otra cosa que el constructo caótico de una sociedad alienada... o, aún peor, el constructo caótico de la propia mente, un universo conformado por la propia angustia. Era justamente por esto por lo que se sentía liberado en el momento que retornaba al ámbito 1, el de la propia experiencia, y recomenzaba explicarse desde cero el mundo...
... El mundo como utopía.